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110 « ... el Señor me dio hermanos» que le acompañaba tenía que esperar fuera. Otra obligación del «coor– dorn era también la de proveer a los religiosos de cuanto no se obtenía por la limosna ordinaria, como ropas personales, pañuelos. En el convento de la Santísima Concepción tenía reservado un local como depósito para conservar y distribuir estos objetos o mer– cancías. También era de su competencia, según una larga tradición, (un siglo antes la ejerció el siervo de Dios fray Félix de Marola) la administración de las limosnas de misas, lo que suponía manejo de dinero. Por añadidura, caía bajo su responsabilidad designar por la ma– ñana a cada uno de los hermanos limosneros su barrio respectivo y resolver las dificultades y posibles divergencias.· Esta posición privilegiada, si así podemos llamarla, ofrecía a fray Francisco María la oportunidad de prestar nuevos servicios en favor de todos. Un hecho insólito en la actividad del santo fue su incansable generosidad por medio de los bienhechores en favor de los necesitados, de las iglesias y de otras instituciones. Atendió a su sobrinita, Luicita Gibelli, huérfana de madre. Procuró que estu– diase; se decidió por la vocación religiosa y tuvo la alegría de asistir a su profesión en la congregación de Nuestro Señor del Huerto (Gia– nelline) del que, andando el tiempo, llegaría a ser superiora general. Una especial preferencia demostró por su pueblo natal Camporosso. Le regaló lampadarios y otros objetos de ornamentación y culto. Para las capillas, que le recordaban las devociones de su infancia, regaló también algunas cosas. Igualmente en los libros de crónicas se cuentan otros muchos servicios que prestó a los hermanos y a los conventos. Sobresalen, de igual modo, las ayudas pecuniarias oportunas y continuadas a favor de familias e individuos en situaciones deses– peradas. Gracias a su ayuda, una pobre muchacha de Livorno, que buscaba trabajo en Génova, encontró dentro de un paquete, deposi– tado en una tienda, una oferta providencial de empleo; en una carta de acción de gracias al marqués Carlos Bombrini por una «impre– vista e inesperada» limosna, le comunicaba que eran tales y tantos los pobres que le asediaban que no sabía cómo hacer. Durante los procesos de beatificación, como es obvio, estas ac– tividades ofrecieron un cebo fácil para las objeciones del promotor

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