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106 « ... el Señor me dio hermanos» te, mientras él se contentaba con las sobras; para el anciano reser– vaba la cama, mientras él descabezaba el sueño sobre la escalera. En poco tiempo trazó la «regla», el «estilo de vida» que man– tendría en sus relaciones con el pueblo. La experiencia como limos– nero por los pueblos fue muy intensa, pero no duró demasiado. Cerca de dos años solamente. Limosnero por las calles de la ciudad La limosna era importantísima para la economía conventual de aquellos tiempos. Diez religiosos no clérigos se encargaban del sumi– nistro de la fraternidad de la Santísima Concepción. La limosna recogida en la ciudad era mucho más importante que la recogida por los pueblos; con ella, prácticamente, c~brían las necesidades normales los hermanos limosneros. Para facilitarla, la ciudad estaba dividida en barrios . Por la mañana, cada hermano se enteraba en el tablón especial, todavía conservado, cuál era el barrio que le tocaba recorrer para realizar su humilde trabajo; así, a una determinada hora salía a la calle acompañado del imprescindible muchachito de seis a diez años, es– cogido entre las familias más adictas al convento. El niño estaba encargado de recibir en su bolsa, colgada al cuello, el dinero. El religioso, en la alforja que llevaba al hombro, echaba las limosnas en especie . Comprobado el magnífico resultado de fray Francisco María en el valle de Bisagno, el padre guardián lo destinó a la ciudad. Para entonces ya había adquirido una buena carta de presentación. Si entre los hermanos gozaba de estima y estaba considerado como «un buen religioso», (lo que no cambiará durante toda la vida), entre el pueblo, a través de la rápida difusión de anécdotas y no– ticias edificantes, la fama del joven religioso era todavía más co– tizada. La gente lo había descubierto muy pronto y, ya en 1834, la aparición matinal de fray Francisco María en la popularísima calle «del Campo» atraíaapresuradamente a las mujeres, que pretendían besarle la mano o la manga y lo saludaban llamándole «fray bea-

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