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94 « ...el Señor me dio hermanos» En busca de su conversión endereza frases ásperas a los incrédulos, que no creen lo que deben creer; a los libertinos y filósofos, que no creen como deben. Andan endiosados con su luz natural, a esa sola luz contempla todo , con solo lo que en la naturaleza encuentran, se consideran felices. Niéganse a creer lo que no alcanzan con su luz natural, se enfrentan con Jesucristo, nuestro Dios, y su justicia, hablan con– tra el estado eclesiástico, especialmente el religioso, lo consideran inútil a los pueblos, perjudicial al estado. Murmuran ante la magnificencia, grandeza y adorno de los tem– plos, critican la oración, la misa, los sacramentos y el oír la Palabra de Dios. Han desterrado de sus casas el crucifijo y las imágenes de los santos. Al Señor denominan primera causa, como propio no de la religión, sino de la humana filosofía. Han introducido en sus casas y en los objetos de su uso figuras profanas, indecentes, obscenas. Juicios así aparecen sembrados en algunas de sus primeras pá– ginas impresas. Juicios comparables con los lamentos de la impie– dad creciente y de la falsa filosofía contenidos en la carta contem– poránea de Pío VI dirigida a los obispos de la cristiandad con moti– vo de su elevación al pontificado. Nuestro misionero fue creciendo en años y experiencia sin lo– grar atisbar los cambios espirituales que anhelaba. En balde pasaba el tiempo. Todavía en 1797, cuatro años antes de su muerte, en el sermón del dominico padre Ruiz, vuelve a lamentar que la irreli– giosa, impiísima incredulidad se propague por todas partes. Previe– ne a los que juzgan con ignorancia que son libres para dejar de creer aquello que no quieren: Dios juzgará severamente a los incré– dulos y libertinos de nuestro siglo que impíamente desprecian sus inspiraciones . Los políticos y estadistas de que abunda nuestro si– glo, se oponen a que se predique con libertad santa y evangélica. Esos desventurados sabios se empeñan en atraer a otros a su depra– vado modo de pensar. Los filósofos, políticos y libertinos viven en las tinieblas del error, del engaño y de la perdición, porque siguen el camino opues– to al que nos enseña nuestro divino maestro. Los filósofos y sabios de nuestro siglo se niegan a buscar con diligencia lo que enseñaron los antiguos; con su acostumbrado estilo mordaz e irrisorio dicen
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