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DIEGO JOSE DE CADIZ 93 La relación de Murcia observa que los asuntos de los sermones del padre Cádiz no son como los que regularmente tienen los misio– neros destinados a tales días. Expone las dificultades de salvarse, pero sin aterrar con el rigor. Y lo propio sucede cuando predica del infierno o del juicio, o hace la pintura de un réprobo y de los cami– nos por donde se llega a un estado tan infeliz. Trabaja por extirpar rencores, odios y enemistades. Es un placer oírle hablar de la gra– cia, del amor de Dios, de Jesucristo, ejemplar de todo cristiano. Rara vez faltan sus diatribas contra bailes, comedias y toros. Las corridas de toros, que cuajan en la época como obra de arte, despiertan entre el pueblo un furor tan desmedido que ocasionan el olvido del trabajo y aumentan la pobreza de los pobres. El teatro pasa asimismo por un período de frenesí popular y no precisamente por la calidad de las piezas representadas, sino por el garbo y trapío de actrices y actores geniales que seducen a la plebe con sus inter– venciones personales. En los pobres pensaba el predicador al hablar ante el ayunta– miento de Ecija en la misión de 1778: «Me paré en la costosísima obra de la casa de las comedias, no habiendo aquí un hospital para enfermos, una casa de crianza para niflas huérfanas, ni cuarteles suficientes para los soldados». En la misión de Antequera «de resul– tas de la predicación, nos dice el padre Cádiz, se inclinaron los seflores principales a formar una congregación para asistir a los po– bres encarcelados, que, por falta de asistencia, perecían de ham– bre». La preocupación por los pobres late en el sermón del Viernes Santo de 1784, en Sevilla, sermón que le cuesta un destierro: la merma de los emolumentos de ciertos eclesiásticos va a repercutir en los pobres, pues se van a ver privados del socorro que les sumi– nistraban aquellos eclesiásticos. Frente al siglo ilustrado El misionero evangeliza a los pobres, a los hombres y mujeres de buena voluntad que se aglomeran al pie de su púlpito o en la plaza. Pero desde sus primeros aflos de sacerdocio sabe que en mu– chas personas cultas está cundiendo un mal grave, la incredulidad sistemática. La denuncia una y otra vez en sus obras impresas.

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