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88 «... el Señor me dio hermanos» tares, mas, si me dedico algunos días a prevenir el sermón, gasto inútilmente el tiempo hasta que el mismo día o, cuando más, el anterior van ocurriendo el modo y el rumbo que ha de tener, según las especies que he visto o me ocurren para el asunto. Son muchos los casos en que he subido al púlpito con la angustia imponderable de no haber podido formar ni menos vestir la idea, en sermones de empeño y de materias intrincadas. Pero poniendo mi corazón con humilde resignación en la voluntad de Dios, pidiéndole se digne concederme que trate yo su divina Palabra con la dignidad, honor y respeto (si es posible) con que la trataba su Unigénito, nuestro redentor, siempre he visto como de bulto, su soberana asistencia y el Ego dabo vobis os et sapientiam, etc. «De aquí ha nacido en mí o ha dimanado un aprecio tan alto de la Palabra de Dios, que no sólo deseo intensísimamente propo– nerla con todo el mayor decoro que me sea posible, sino que quisie– ra ser capaz de no hablar o proferir una sola palabra que fuese mía. Debo a Dios una misericordia particular en esta veneración de su divina Palabra y así, entre otros medios de que, antes y al tiempo mismo de proponerla, me valgo, uno es decir: Domine, in unione illius divinae intentionis, qua ipse in terris verbum Dei (tuum) hominibus proposuisti, hoc verbum tuum ego propono. Es más en esto lo ,que en mi interior advierto que cuanto puedo expresar, por– que me parece que miro en él una cierta inmensidad que no alcanzo a comprenderla suficientemente. «Además de lo dicho, debo confesar que soy naturalmente muy escaso de discurso y de formar conceptos, ideas, etc., en toda espe– cie de asuntos, aun en aquellos que frecuente o continuamente ma– nejo o trato; y que lo soy mucho más estéril de voces y expresiones para producirme. Sólo en el púlpito no se advierte este natural defecto» ... Los psicólogos sabrán explicar ese fenómeno: el predicador se siente transformado ante aquellas multitudes que se cuentan por de– cenas de miles. Transformado al principio y transfigurado al fin de sus sermones, al tiempo de los actos de contrición en coloquio vivo con el crucifijo. El autor de la carta descubre al padre Jaime el estudio y traba– jo que le cuestan las obras suyas que corren impresas y expone el
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