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tes; no deben adecuarse a la men– talidad industrial y consumística de nuestro siglo ; no debe dejarse con– tagiar de ambiciones, ni dejarse con– dicionar por la manía de prestigio y de poder. Estos males están en an– títesis con el estilo de vida de aque– llos que se adhieren a la experiencia de los antiguos "penitentes de la ciu– dad de Asís" (cfr TC 37 ; AP 19). Aún aquí Francisco aparece como "maestro de vida evangélica" (lC 37) con su enseñanza y con su modo de comportarse. El ha despertado pe– renne simpatía en manera especial por la coherencia en su renuncia a las riquezas y a las comodidades de la vida. El secreto de su éxito se debe ver en aquel gesto con el cual ab– dicando de toda seguridad terrena, se confió plenamente al Padre del cie– lo y puso en él toda su esperanza (cfr LM 2,4). A esta elección se man– tuvo fiel sin ceder jamás. Bajo el ejemplo de Francisco que fue siempre obediente, los francisca– nos se hacen dóciles a la Palabra de Dios y se pone a disposición de los hermanos. Deben sentir profunda gra– titud hacia el Señor que se sirve tam– bién de ellos para obrar el bien y, en espíritu de servicio, deben mostrarse más generosos con aquella actitud de humildad que fue tan querida por el Poverello de Asís. Recuerden siem– pre que el mismo Hijo de Dios vino para. hacer la voluntad del Padre y - 58 -

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