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tivas. Hasta para la misma misa-pe– sebre de Greccio había obtenido el permiso de Honorio III. Por los mé– litos del Santo, que obraba siempre con fe y en plena comunión con la Iglesia, "Jesús sepultado en el olvido en muchos corazones, resucitó por su gracia, por medio de su siervo Fran– cisco" (lC 86). De este modo Fran– cisco cooperó eficazmente a sustraer la masa popular a la acción de los movimientos heréticos y hacerla per– manecer en el aprisco de Cristo. Con su ardiente palabra y la elocuencia irresistible de su ejemplo fortaleció a los vacilantes e inmunizó a los amantes de las novedades contra las seducciones de los reformadores con– temporáneos, los cuales apuntaban a menudo más sobre la crítica demole– dora que sobre propuestas construc– tivas. Bien distinta es la actitud del Santo de Asís, el cual ama a la je– rarquía eclesiástica ya que en ella y en sus ministros no ve el pecado, sino la presencia del Hijo de Dios que representan (cfr. Test 8-11). Fue sobre todo con su magisterio del ejemplo como Francisco convenció, de la practicabilidad del evangelio sin demasiadas interpretaciones acomoda– ticias, no sólo a la masa de los cre– yentes sino también a los miembros de la curia romana, algunos de los cuales retenían "extraña y demasia– do ardua para las fuerzas humanas" (LM 3,9) la regla de vida evangélica propuesta por el Poverello. - 22 -

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