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abierta que conduce a la consecuc10n del. Espí– ritu de Cristo pobre y crucificado. 16. Para que el misterio pascual de Cristo en la Eu– caristía y en el Sacramento de la Penintencia pueda renovar de día en día nuestra vida, puri– fiquemos nuestra condición de pecadores por la compunción del corazón (Leg. maior, V, 8). Perseverando asiduamente en la oración, a pesar del tedio y venciendo la resistencia de nuestro egoísmo, es como nos unimos con la vo– luntad del Padre anteponiéndola a la nuestra (Mt., 26, 29 y 42; Le., 22, 44). Quien ora sólo cuando se siente con ganas, hace de la oración un instrumento de su propia santificación. Hay que tener presente que la oración tiene que ser un acto de amor auténtico. Viviendo a Cristo crucificado, llevemos a la oración las dificultades de cada día, las aride– ces, las preocupaciones, los sufrimientos de la vida; aceptándolas por amor reproduciremos en nosotros la imagen del Hijo (Rom., 8, 29). Así es como viviremos y anunciaremos a los hom– bres la conversión o penitencia evangélica (Cons– titución n.º 87, 88 y 90). 17. Nuestra oración es más bien «afectiva», u ora– ción del corazón, que nos lleva a una experiencia íntima con Dios. -52-

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