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7. Cristo mismo es nuestra vida, nuestra oración y nuestra operación. Vivimos verdaderamente a Cristo cuando amamos al Padre y a los herma– nos. Oramos en su Espíritu y clamamos con co– razón filial: « ¡Abba-Padre! » (Rom., 8, 15; Gal., 4, 6). Posee el Espíritu de Cristo quien permanece en su Cuerpo místico y, en su oración, nunca separa la Cabeza del Cuerpo, orando en el gre– mio de la Iglesia y buscando y amando a Cristo en la Iglesia. 8. El Padre se adelanta a amarnos (I Jn., 4, 10) y nos habla en el Espíritu de su Hijo. Hemos de escucharle en un ambiente de silencio. Al dar nuestra respuesta mediante la fe, que obra por la caridad (Gal., 5, 6), entablamos diálogo filial con el Padre por Cristo en el Espíritu San– to (Const. n.º 32). 9. La auténtica oración se reconoce por los frutos de vida. «En tanto se ora bien en cuanto se obra bien» (S. Feo., Leg. ant. 74 ). Cuando la oración y la operación se hallan inspiradas por el mismo y único Espíritu del Señor, sin oponerse entre sí, mutuamente se completan (II Reg., 5 y 10; Const. n.º 145). 10. El espíritu de oración, vivo de verdad, no puede menos de vitalizar y animar toda la vida con- -50-

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