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Ante todo, el ministro general y los definidores re– ciben con fe y agradecimiento este documento y se proponen tenerlo muy en cuenta y sacar de él inspira– ción y orientaciones no sólo para su propia vida per– sonal, sino también para el servicio pastoral para con los hermanos y las provincias. Al ofrecer el documento a la Orden, pedimos en– carecidamente a cada uno de los hermanos, a cada una de las fraternidades, que lo reciban con ánimo dis– puesto, lo mediten individual y comunitariamente, traten de ponerlo en práctica. Exhortamos a los supe– riores que no anden demasiado vacilantes en renovar oportunamente las formas tradicionales de oración y en buscar otras nuevas y más adaptadas. A nadie se le oculta la importancia vital de la ora– ción, ya que se trata nada menos que de la vida o muerte de nuestra fraternidad. De nada servirá todo lo que se haga por renovar la vida de la Orden según los principios del Vaticano II, el espíritu de San Fran– cisco y los signos de los tiempos, si no nos renovamos a fondo en nuestra vida de oración: «Si Dios no edi– fica la casa, en vano trabajan los que la construyen» (Ps. 126, 1). El tema de la oración, como los temas del Consejo Plenario de Quito, es de tal importancia, que parece necesario volver a tratar de él en el próximo Capítulo -42-

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