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CAPITULO XI LA CASA DEL BUEN SAMARITANO EN GUADALAJARA (MEJICO) Corría el año 1977 . El M. R. P. Provincial, Germán Zamora, se encontra– ba realizando la Visita Canónica a los Capuchinos de Santander y nos rogó que le lleváramos a saludar a las Capuchinas de la Casa Madre y a las ancia– nas recogidas. -Debéis extender vuestra Institución por Méjico, nos dijo en medio de la conversación . Se os ofrece una buena coyuntura que debéis aprovechar. Nuestro P. General desea ardientemente que la Orden Capuchina crezca en Méjico. -Es que nosotras, repuso Sor María Pilar García, somos tan pocas ... -Pues las Capuchinas de clausura cuentan con medio centenar de con- ventos. Existen muchas vocaciones . Nos podrían dar a conocer más y segura– mente el P. Emilio estaría dispuesto a acompañarlas... No echamos en saco roto aquella sugerencia del P. Provincial. Preparamos los pasaportes y, aprovechando los meses de vacaciones de aquel mismo año, primero el P. Emilio, marchaba a Méjico donde estaría desde el 15 de Julio hasta finales de Agosto en nuestro convento de Las Aguilas, sustituyendo a un Padre de su provincia y realizando algunas gestiones para la posible fundación de las Capuchinas Misioneras del Trabajo. Visitó al Sr. Vicario de Religiosas, Mons. Ambriz Quirós, recorrió muchos barrios o colonias de la periferia, donde se podrían establecer las Religiosas y su labor pudiese ser más eficaz cerca de los pobres. Unas cuantas señoras, antiguas alumnas de las Ursulinas, pretendían se hicieran cargo de una especie de Casa o Residencia, que proyectaban crear y para la que contaban con unos terrenos y algunos ahorros. Las señoras pertenecían a la alta sociedad de Méjico, incluida la hermana del Presidente de la República, Sr. Portillo. Se reunieron en el convento muchas veces para concretar las posibilidades de aquella fundación. Pero la Providencia cambió el rumbo de dichas gestiones para hacer realidad nuestras ilusiones antes de lo que se podía esperar. A fines de agosto, un sobrino del P. Emilio, Carlos Lozano Gallego, tiempo atrás establecido en Guadalajara (J al.) le llevó con él a esta ciudad, la segunda más grande de México . Muy luego le puso en contacto con un sacerdote, al que el sobrino conocía por motivos profesionales. Se trataba de D. Guillermo Mariscal, rector de la Iglesia del Hospital Civil de Belén y dedicado en cuerpo y alma a la pastoral de enfermos en di-cho hospital. El P. Mariscal dirigía también, desde hacía años, una obra asistencial complementaria del hospital: la Casa del Buen Samaritano, donde se da cobijo a los pobres, sobre todo venidos de los ranchos lejanos y de otros 45

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