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camino, ni las bajaba ni las subía. La una lloraba de impotencia ante aquella situación, la otra reía de nerviosismo. Hasta que alguien pasó casualmente por allí y las vió en aquel ascensor al aire libre y corrió en su ayuda. En otro domicilio, de donde la señora había salido de viaje, la servidum– bre, después de un rato de conversación con las dos religiosas en el interior de la casa, se dieron cuenta de la falta de unas joyas de la señora. Ni cortas ni perezosas, corrieron tras las religiosas que se acabab·an de retirar incul– pándolas del robo. Regresaron éstas al piso para reafirmarse de su inocencia, pero nada pudieron esclarecer. Hasta que al día siguiente, tras la interven– ción del Superior de los PP. Capuchinos de Basurto que conocía a la señora, aconsejó a las religiosas volvieran por aquella casa para esclarecer el asunto del presunto robo, y resultó que ella misma había llevado consigo las desa– parecidas joyas. Tras los malos momentos pasados por aquel trance y los vergonzosos sudores que empañaron sus tocas, las dos religiosas dieron gracias a Dios por haber sufrido algo por El, recordando las palabras del Seráfico Padre sobre la Perfecta Alegría. En alabanza de Cristo. Amén. 40

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