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la reflexión sosegada, el retiro, la búsqueda de una casa de oración -que no falta en ninguna diócesis- como mansión de paz para entrar dentro de sí mismo e imitar un poquito el desierto de Jesús... Laudables y provechosos ejercicios cuaresmales, de los cuales puede tomar nota el generoso lector de estas páginas. Para quienes deseen leer cosa enjundiosa de oración, fraternamente les aconsejo (permítaseme el pronombre personal de primera persona) que vayan al Catecismo de la Iglesia Católica, que dedica la parte cuarta a «La oración cristiana». Han dicho los expertos (por ejemplo, el arzobispo Mons. José Manuel Estepa, responsable de la edición en lengua española) que con un tiempo mayor de preparación esta parte se habría visto notablemente enriquecida. Será así..., pero ya lo que tenemos escrito es grandemente bello y útil. Valga el consejo. La limosna, es decir, la misericordia compartida Este tema resuena muy sensible en la espiritualidad de hoy, de la Gaudium et spes, que comienza: «El gozo y la esperanza, la tristeza y la angustia de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de todos los afligidos, son también gozo y esperanza, tristeza y angustia de los discípulos de Cristo y no hay nada verdaderamente humano que no tenga resonancia en su corazón». Con grata sorpresa, pero con una lógica interna ya esperada, hemos visto al desempolvar páginas de los Padres que también ellos pensaban así -nosotros pensamos como ellos, o más bien ellos y nosotros de acuerdo al Evangelio y los profetas-, que una oración idílica en el templo no agrada a Dios, si no está proyectada en solidaridad humana. San Pedro Crisólogo -palabra de oro, que eso significa su apodo- ha explicado genialmente estas cosas en la cátedra de Ravena, en el siglo V. 57
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