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los profetas fustigan con palabras ásperas, sacuden los corazones aletargados para comprometerlos en la fidelidad a la alianza. Pero la palabra final es siempre la perspectiva de la salvación escatológica. ¿Por qué nuestro Dios es, al fin, el Dios que se rinde ante sí mismo y cede al amor de su corazón? En estas profecías en que se besan el perdón y la esperanza y surge la sorpresa del amor hay un atisbo de Encarnación. Son mensajerías que se nos van enviando para que empecemos a vislumbrar que un día el amor ha de ser carne. Se nos anuncia, pues, en el año A por boca de Ezequiel: «Así dice el Señor: Yo mismo abriré vuestros sepulcros, y os haré salir de vuestros sepulcros, pueblo mío, y os traeré a la tierra de Israel... Os infundiré mi espíritu y viviréis...» (Ez 37). Se nos anuncia en el año B: «Mirad que llegan días -oráculo del Señor- en que haré con la casa de Israel y la casa de Judá una alianza nueva... Meteré mi ley en su pecho, la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo» (Jr 31). Se nos anuncia en el año C: «No recordéis lo de antaño, no penséis en lo antiguo; mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis?» (Is 43). *** No vamos a detenemos en las lecturas del Apóstol, un «corpus» que estamos más habituados a oírlo, si somos atentos escuchas de la Palabra a lo largo de los domingos del tiempo ordinario en el ciclo trienal. Los dos puntos clave en la Palabra de los domingos de Cuaresma eran el evangelio y la catequesis provenientedel Antiguo Testamento. Resumiendo y perfilando la función que desempeña el mensaje del Apóstol en esta serie de domingos, he aquí lo que nos dicen los Prenotandos al Leccionario Dominical de la Misa: «Las lecturas del Antiguo Testamento se refieren a la historia de la salvación, que es uno de los temas propios de la catequesis cuaresmal. Cada año hay una serie de textos que 33

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