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Algunos se sintieron molestos-dice sanLucas-, los de siempre. Y con un celo aparentemente ortodoxo quisieron sujetar aquella algarabía. «Maestro, reprende a tus discípulos» (Le 19,39). Y Jesús se yergue como profeta entero y fulmina: «Os digo que si éstos callan gritarán las piedras» (v. 40). Jesús ha aceptado ese homenaje; tenía que aceptarlo, el Padre lo había querido así. ¡Cómo no iba a aceptarlo si él mismo lo había provocado! ¡Si fue él quien proféticamente designó la humilde cabalgadura! Y caballero en el más paciente de los animales entró como Rey Mesías en la ciudad santa de Jerusalén. Puede ser que caiga este libro en manos de algún forofo del Gregoriano, noble canto creado en viejos tiempos. Y entonces resonará en sus oídos los ecos dulces y penetrantes que nos llegan desde nuestra juventud: Gloria, laus et honor tibi sit, Rex Christe, Redemptor... Así caminaba antes la asamblea en una liturgia parsimoniosa y lírica... liturgia de monjes poetas y· amantes, que remueve unos residuos que todos llevamos dentro. Decía el canto «Gloria, alabanza y honor a ti, Cristo, Redentor...», bien seguro que mil veces mejor dicho que esta disecada fotocopia. El Señor visita a su pueblo y el pueblo le recibe con alabanza y amor e infinita adoración... Piensa este «escribiente» ante la pantalla del ordenador que el fruto de la alabanza, que es la sazón de la cálida acogida, ha de ser el fruto sabroso del Domingo de Ramos. El Señornos lo conceda. Si los discípulos callaranhoy tendrían que hablar las piedras. Pero, no, hermanos, sigan mudas las piedras y hablen nuestros corazones alabando al Señor. Porque, como lo vamos diciendo y repitiendo al filo de todos estos pensamientos, el verdadero protagonista de lo que pasa en Cuaresma es el Señor. A él la gloria. 26
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