BCCCAP00000000000000000000666

238 ANSELMO DE LEGARDA Pero no es mi propósito enjuiciar a éstos y a otros autores afamados. Pues son ignoradas, en buena parte, las obras del P. Cádiz y, en conse– cuencia, su pensamiento poco conocido, lo que procede es colaborar a un mejor conocimiento de aquella figura singular. No sueño en ofrecer un trabajo definitivo. Sólo me propongo formar un guión cronológico o un esquema de algunas de las opiniones o juicios más relevantes vertidos por el Beato Diego José de Cádiz a lo largo de su vida apostólica, tal como van apareciendo en sus obras. Y de entre sus opiniones o juicios escogeré con preferencia los relativos al siglo ilustrado y a ciertas reacciones y desviaciones populares contemporáneas. Los manuales de historia suelen acumular datos y notas para definir el complejo fenómeno de la Ilustración. No los vamos a enumerar. Será preferible seguir el itinerario de los escritos del P. Cádiz para ir descu– briendo en ellos las manifestaciones del espíritu del siglo ilustrado, manifestaciones atalayadas desde el púlpito del célebre predicador. Nuestro predicador había nacido en Cádiz, de padre gallego entron– cado con los condes de Villagarcía, y de madre gaditana, de Ubrique. Vino al mundo el P. Cádiz en 1743, un año antes que Jovellanos. Vistió el hábito religioso en 1757 y a los dieciseis años profesó entre los capuchinos. En 1766, después de cursar la filosofía y la teología, recibió la ordenación sacerdotal y prosiguió estudiando. En 1768 pasa a Ubrique, donde hace los primeros ensayos el futuro apóstol. « Luego que me dieron la licencia, la ejercité predicando en la plaza los domingos y días clásicos por la tarde con singular aprovecha– miento y edificación común», hará constar más tarde en carta fechada en Málaga el 13 de setiembre de 1779 3 • Refiriéndose a la misma época de su vida, en carta del 20 de agosto de 1779 4 , consignará: « Por este tiempo se empezaron a hacer públicas las cosas del siglo ilustrado contra la santa Iglesia; salió el Febronio, el Bossuet, el Juicio Imparcial, etc.; me instaban los leyese para salir de mis ignorancias, etc. No es decible, padre de mi alma, cuánto fue el ardor que sentí en mi coraz;ón para remediar estos males. Neguéme a leer estos papeles, no quise aprender a leer el francés, por el horror que concebí a los libros que de allá venían de estos asuntos. ¡ Qué ansias de ser santo para con la oración aplacar a Dios y sostener a la Iglesia santa ! ¡ Qué deseo de salir al público para, a cara descubierta, hacer frente a los libertinos! ¡ Qué inclinación a predicar a la gente culta e instruida ! ¡ Qué ardor por derramar mi sangre en defensa de lo que hasta ahora hemos creído!» 5 • 3 DP, 340. Al recuerdo de sus comienzos apostólicos estampado en DP añadirá algún pormenor interesante en un relato paralelo de años más tarde, en CA, 34-35: « Y los domingos por la tarde y días solemnes, me iba a la plaza, donde, junto el pueblo, le explicaba y predicaba un punto de doctrina, y confesaba por la mañana de dichos días los que, de resultas de la predicación, me buscaban». 4 DP, 327s. 5 Cinco años más tarde, en relato autobiográfico parejo, destinado a su nuevo director espiritual, añadía pormenores interesantes: « Por este tiempo salió el libro del Juicio -Im– parcial y los demás de este jaez. Veía la afición con que todos lo leían, los muchos que

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz