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EL B. DIEGO JOSÉ DE CÁDIZ Y EL SIGLO ILUSTRADO 261 y las demás perniciosas doctrinas que abundan en nuestros días... De aquí el ardor santo o vehemencia de espíritu con que hablaba cont.ra tan perversos dogmas» 136 • Más arriba hemos citado varios párrafos del epistolario que confirman esa vehemencia y ardor santo del « sabio perfecto y director consumado de las almas », como rezab~ la portada del sermón impreso. A la muerte del P. González, el P. Cádiz eligió nuevo director espiritual. Lo fue el licenciado don Juan José Alcover e Higueras, dignidad de Abad mayor de la Real Insigne Iglesia Colegial del Salvador de la ciudad de Granada. Un episodio del regalismo y el destierro (1784-86) La muerte del P. González sobrevino cuando el P. Cádiz andaba agobiado por una profunda inquietud espiritual. Había dad:J pie a ella un hecho ocurrido sigilosamente cuatro años antes, una nue·,,ra concesión arrancada a la Santa Sede por los ministros de Carlos III. Fue la gracia llamada del fondo pío beneficial. « Tenía por objeto deducir una parte que no excediese de la tercera de los frutos de las preposituras, cano– nicatos, prebendas, dignidades y demás beneficios eclesiásticos que se proveyesen de Real presentac~ón y no tuvieran cura de almas, a fin de fundar y dotar toda clase de recogimientos o reclusori03 de pobres, hospicios, casas de expósitos y demás establecimientos de este género. Para ello dio un breve Pío VI (1780) autorizando al Rey para recaudar. dichos fondos con el consejo de los Ordinarios o de otro grave y experimentado varón constituido en dignidad eclesiástica» 137 • Desde Sevilla el 13 de marzo de 1784 fray Diego José de Cádiz hace llegar una carta confidencial al confesor del rey, el francisc~no descalzo (o gilito) fray Joaquín de Eleta. Manifiesta que le escribe porque el motivo es gravísimo. Le parece que podría serle de cargo en el divino tribunal callarse cuando todos claman. Es imponderable la aflicción en que se hallan estas gentes. « Desde luego que entendí que el Rey nuestro Señor, que Dios guarde, había sacado facultad de Su S2.ntidad para exigir la tercera parte de los frutos de los beneficios no curados, perte– necientes a su Real presentadón, me persuadí había de ocasionar esta especie una conturbación universal, no de las mejores consecuencias; y, en efecto, los ánimos se hallan tan generalmente consternados que, entre los sensatos, prudentes y temerosos de Dios, apenas se oyen otras expresiones que lamentos, quejas y sentidísimas exclamaciones al Señor». Dios las oirá como oye el clamor de los trabajadores cuando éstos se ven defraudados del jornal que en justicia les corresponde, siendo, como es, mayor o, por lo menos, no inferior el derecho de un eclesiástico a sus rentas que el de un jornalero a su salario. Se mira como gravísimo 136 CO III, 22s. m Vicente de La Fuente, Historia eclesiástica de España VI, Madrid 2 1875, 112s.
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