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258 ANSELMO DE LEGARDA Alba, cuyos desafueros son notorios en esas Andalucías ». Aquella señora « me aseguró que toda la grandeza estaba sumamente movida de la predicación, deseosa de confesar o, al menos, de hablarme para disponer el arreglo de sus vidas; que las que más lo deseaban eran las que hasta ahora han sido el escándalo de la Corte y aun del reino... No es para dicho, padre mío, la novedad que ha causado y causa a las gentes el ver a tales personas, que no acostumbraban oír un sennón, concurrir con empeño a oírme cuantos más podían, aun siendo a la hora incómoda de las cuatro de la tarde, en que, para estar con tiempo, necesitaban tal vez irse desde la mesa a la iglesia... Al fin, amadísimo padre de mi alma, yo entiendo, por el informe de esta señora, que todo el señorío es nuestro, entrando los hombres, aun aquellos más disolutos e infestados con los errores del siglo» 119_ A fines de abril pasa a la misión de Alcalá de Henares. El predicador la enjuicia: « El fruto de la misión parece fue copioso: fueron algunas familias de Madrid y, entre ellas, la señora que dije a usted en mi anterior, que hizo su confesión general conmigo y dio principio a nueva vida: sus asuntos son largos de referir, y así gradúo esta conversión por una de las particulares en mis tareas» 120 • Le tientan con una improvisación: « Nueve días duró la misión y en ellos fueron raras las expresiones de admiración y alabanza de los Padres Maestros, Catedráticos y Doctores, Colegiales Mayores, etc., por el modo de la predicación. Pero entre ellas dieron en decir deseaban oír un sermón panegírico para prueba. Yo ignoraba esto hasta después que me lo dijeron. Con este motivo el P. Guardián de nuestro convento me encargó, dos días antes de la función, que predicase en el de Santa María Egipciaca, titular de aquella iglesia y a cuya celebridad concurren las comunidades. Le obedecí, y con solo el estudio de leer la vida de la santa la noche antes, y un rato en la mañana para pensar el asunto, fue Dios servido lo predicase, no según mi insipiencia, sino conforme a su divina bondad y a los fines de su adorable Providencia, a que correspondió el asombro y admiración de aquellos grandes hombres. Dios sea bendito» 121 • Una excelentísima señora de la Corte le pide que escriba para ella ese sermón 122 • En él vuelve a salir en defensa del estado religioso, « por más que los necios libertinos, ignorantísimos filósofos y obcecadísi– mos ilustrados de nuestro tiempo se empeñen en desacreditamos » 123 • Vuelve a sus invectivas contra los libros manejados por los sabios de este siglo: « ¿ Son otros sus libros que los inútiles, profanos y perniciosos ? ¿ No hacen particular empeño por leer los extranjeros, sospechosos en materia de fe, perjudiciales a las costumbres y sembrados de oculto 11, Cf. DP, 647-651. 120 DP, 655. 121 DP, 654s. 122 De las vicisitudes corridas por este panegírico para su impresión y de las sucesivas ediciones informa minuciosamente Serafín de Ausejo (Reseña, 44 ss). Aparece en CO I, 177-320. 123 CO I, 292.

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