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248 ANSELMO DE LEGARDA perseguían, de modo que fue necesario pusiesen diecinueve o veinte soldados todos los días en el convento donde estaba, a custodiar puertas, ángulos, etc. » 60 • En Granada « lo que sí me hacía mucha fuerza era ver llorar las gentes, pobres y ricos. Los señores y aun los sacerdotes, de sólo verme, se tiraban a tierra, se ponían de rodillas cuando me veían venir o pasar inmediato» 6!. Pero no todo fueron mieles en la ciudad de los cármenes. Lo explica el Beato: « La desaZlón que ha ocurrido ha sido causada del sermón de la universidad. El concurso fue el más temible, porque hubo soldados para que sólo entrasen personas distinguidas. Fue inmenso el concurso, pero de la Universidad, Cabildos, Tribunales, Colegios, Comunidades, señores del Acuerdo, la Nobleza y demás gentes de distinción. La idea fue la que dije a usted en mi anterior. La contraje a lo que hoy sucede: que las leyes del Papa se desprecian, que su autoridad y su postestad se disminuyen y no se cree; que se siguen doctrinas varias veces reprobadas; que se defienden con la fuerza impidiendo que se hable en contra, prohi– biendo la entrada de los libros extranjeros que las impugnan y el uso de los patricios que las reprueban; que se coartan las facultades al Santo Tribunal de la Inquisidón; que a los Ilmos. no se les deja obrar con liber– tad; que las rentas de la Iglesia se acortan; que aun al culto divino se le pone límites. Pero ¿ para qué ? No para redimir cautivos, no para dotar monasterios e iglesias, no para fundar hospitales de pobres, etc., que para éstos se piensan hospicios en que trabaje con sola una mano el que no tiene otro remo libre. Todo esto lo iba oportunamente apoyando con auto– ridades literales de la santa Escritura y del señor San Agustín; y, demás de las que puse a usted en la otra carta, dije que el santo había dejado escrito que captivitas Babilonica significat Ecclesiam saeculi regibus servituram. Dije que hoy, en este místico cuerpo, la carne, que son los seglares, querían y, en efecto, gobernaban al espíritu, que es el estado eclesiástico. Hice ver esta monstruosidad. Y creo que no me olvidé de que Dios no necesitaba de España, Francia ni Italia para conservar a la Esposa del Cordero, que es la santa Iglesia. Dije algo del justo enojo de Jesucristo, mi Señor, y de cuánto castigaría estos modos de pensar, fundado en el texto de Asuero: Etiam reginam vult opprimere, me praesente. Hablé con modestia y suavidad. Sólo levanté la voz en alguna autoridad latina que refería. Lo demás fue serenidad y mansedum– bre. Y concluí con decir a la Universidad que éste era el fin de su establecimiento por el señor Carlos V, el extirpar errores, etc.; que a eso me había obligado la tarde antes con juramento solemne, y que todos debíamos ceñir la espada, como los setenta valentísimos de Israel, para defender el lecho de la Esposa. De aquí resultó que muchos señores del Acuerdo lo tomaron tan a mal que se juntaron a tratar del sermón y enviaron una diputación al Sr. Arzobispo (que no estuvo en la función porque dice que oculta fuerza la inclinó a no ir), quejándose de que 'º DP, 259. 61 DP, 259s.
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