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159 El. CONVENTO DE CAI,ATAYUD 319 otro. Por esto, y por otra razón que luego diremos, creemos que el convento. de J'arazona no estuvo .incluido. en el itinerario del visi– tacfor, y que por consiguiente san Lorenzo no estuvo en Tarazona. Según esto, los religiosos del expresado· convento habrían salido a Zaragoza para presentarse allí. al Padre general. No puede ob– jetársenos con el hecho que pasamos a referir. Figuraba mucho por aquel tiempo en la ciudad episcopal de Ta- .razona un personaje eclesiástico llamado Miguel de Orti, arcedia– no de la Santa Iglesia. Catedral y protonotario apostólico. Este señor, por el especial afecto que tenía a los capuchinos, les hizo a su propia costa un convento en aquella ciudad. La formaEdad de la funda– ción se verificó el día 31 de octubre de 1599. El convento se edi– ficó según querían nuestras leyes.: pequeño y pobre. De igual ma– nera la iglesia. conventual : pequeñai y. sencilla, como todavía se ve hoy. Pero, aunque la pobreza y sencillez resplandecían en toda la obra, se advertía algo que empañaba aquel brillo. El muy ilus– tre arcediano habíase hecho labrar un suntuoso sepulcro, sobre el que se alzaba una hermosai estatua esculpida en mármol que re• presentaba al eclesiástico en el elegante traje de su alta dignidad. Tenía además el señor Orti una pretensión : que a su fallecimiento se le hicieran solemnes honras y que se le hiciera perpetuamente en nuestra iglesia un aniversario con pompa y solemnidad. Con ese fin instituiría un legado. Todo ello estaba en violenta oposi– ción con la santa simplicidad capuchina, lan celosamente defendi– da por toda la Ordei1 en aquellos primitivos tiempos. Nuestros capuchinos mostraban desagrado por aquellas nove– dades e insistieron con el arcediano en que las retirara. Mas fue en vano ; y los religiosos se vieron precisados a disimular aquel e:x– ceso por no experimentar mayores desabrimientos. Todo ello, müuralmente, llegó a conocimiento del visitador. El general, e11 vez de tomar una medida súbita y violenta, según dicen los más de sus biógrafos, mostróse ponderado y prudente, remi– tiendo el isunto al capítulo que había de celebrarse al término de la visita. En aquella asamblea capitular, informaron los que mejor podían hacerlo, a saber, el P. Hilari6n de Medinaceli, comisario de Aragón y los padres guardián y discreto de Tarazona. Inter– vino el padre general, hablando largamente sobre aquel particu– lar, estableciendo el principio de que la observancia de nuestras

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