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318 CEI.ESTINO DE AÑORBE 158 de 1603-, el cargo de comisario de Aragón lo desempeñ8Jba desde hacía un año el padre Hilarión de Medinaceli, uno de los religio– sos que más ilustraron nuestra Orden en España. Con ese mismo título de comisario había ya gobernado en Valencia ·por espacio de seis años, durante los cuales se vieron multiplicadas prodi:gio– samente nuestras casas en el antiguo reino. El padre Hilarión no dejaría de informar muy ampliamente al visita,dor acerca del es– tado de la provincia. Tres veces por lo menos pasó san Lorenzo por nuestro con– vento de Zaragoza : la primera vez como general de la Orden ; posteriormente, en sus dos viajes a Madrid con una misión diplo– mática. Con singular aprecio se: conservó en nuestro convento za– ragozano, hasta su extinción, el ara en que decía misa san Lo– renzo cuando vino a España, ya de general, ya de embajador. De un manuscrito de aquel tiempo consta, dice el padre Francisco de Ajofrín; que decía misa en la capilla del coro bajo ; y se refiere, añade el mismo, que la última vez que vino de embajador cerca de Felipe III. le afligió tanto la gota que se hallaba del todo im– pedido de los pies, sin poder tenerse ni aun un breve espacio; .pero que, llevado al altar, estaba sin arrimo alguno y sin el menor dolor ocho y nueve horas 12 • 4. EL COKVENTO DE TARAZONA Desde Zaragoza ¿ a dónde se diri,gió el Visitador? Sus biógra– fos dicen, o dan a entender; que de Zaragoza se trasladó a la ciudad de Tarazona. Posible es eso, pero muy inverosímil. Somos de pa– recer que el general y sus compañeros y la mula se ahorraron esos cien krns. que en línea recta separan a dichas dos ciudades arn– gonesas. Es mucha esa distancia parn haberla de recorrer a través de una extensa comarca donde poco o nada conocidos eran los ca– puchinos, ni existía convento ni casa de hermanos de nuestra Orden que los recibiera. Aquí el caso no es como en Cataluña, donde los nuestros eran relativamente antiguos en el país, y gozaban de una gran popularidad y tenían sus ~onventos a poca distancia uno de 12. Francisco de AJOFRÍN, ob. cit., 278 s.

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