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340 CELESTINO DE AÑORBE 180 Sin embargo, esta leyenda, como toda leyenda, contiene un fondo de verdad. Se han desfigurado hechos por otra parte muy ciertos. No es extraño, porque España es para los bi6grafos de san Lorenzo un país que no conoce11J y acerca del cual están mínimamente infor– mados. Expresamente lo reconoce y lo lamenta uno de ellos, el pa– dre Angel María de Rossi 65 • No conocen nuestros conventos, ni su situaci6n, ni su historia. No localizan los sucesos que narran ; con– téntanse con decir que el hecho ocurri6 en España. Por carecer de esos conocimientos caminaron a tientas y dieron traspiés, confun– diendo y desfigurando los hechos, como puede advertirse. Anteriormente nos hemos referido a dos episodios· ocurridos uno en Tarazona y el otro en Calatayud; ambos son hist6ricamente cier– tos. En la iglesia de nuestro convento de Tarazona veíase un sun– tuoso mausoleo con la magnífica estatua del fundador del mismo convento, arcedíano Orti; el general lo desaprob6 como contrario a la simplicidad capuchina y lo mand6 retirar. En Calatayud, el con– vento es sumamente pobre, los religiosos viven en él con mucha in– comodidad, el peligro se cierne sobre sus vidas. El buen padre se compadece de sus hijos de aquella comunidad y conjura a la gran peña que poco a poco vaya deshaciéndose, pero de manera que no cau– se daño a los religiosos. La peña obedece al Santo; cierto día, un trozo que de aquella peña se desprende daña notablemente el edifi– cio, mas no a los religiosos, que providencialmente habían salido del convento a una procesi6n en la ciudad. Esos dos episodios han pasado a la leyenda desfigurados, y re– ducidos a uno s6lo, ocurrido en un convento de España. San Loren– zo se encontr6 en España con un coJJ_vento suntuoso y magnífico, de lo que recibió un gran disgusto. Encendido en santo celo, lanza contra el edificio una terrible maldici6n, y aquella mole aplastada por una piedra, s~ viene al suelo; se salva la iglesia, humilde y tos– ca más de lo que conviene. La comunidad sale indemne del siniestro, porque andaba fuera, en una procesión de la ciudad. Adivínase sin esfuerzo la extraña semejanza de ambos relatos; y el buen sentido concluye que uno de eUos es un relato falsificado por la leyenda. Ponemos fin a nuestra disquisición sometiéndola al juicio de lo~ doctos. 65. Angel M. de Rossr, ob. cit., en AJOFRÍN, ob. cit., 13.

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