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FRANCESCO SAVERIO TOPPI prolongada, llena de devoción, colmada de humildad; si la comenzaba por la tarde, apenas la terminaba por la mañana; andando, sentado, comiendo o bebiendo, estaba dedicado a la oración (1 Cel 71), de tal suerte que parecía, no tanto un hombre que oraba, cuanto la personificación misma de la ora– ción (2 Cel 95) ». 3 2. CON S. FANCISCO AL ENCUENTRO DE CRISTO Para renovarnos, pues, en el espíritu y en la vida de oración, según las directrices del Concilio (PC 2, 2b), debemos conocer y recobrar el espíritu y la vida de oración de nuestro Santo Fundador y adaptarlos a nuestro tiempo. Debemos acercarnos a él, como los primeros hermanos, y pedirle que nos enseñe a orar, que nos introduzca en el secreto de su espíritu y de su vida de oración (1 Cel 45). Tal secreto se desvela en la que fue la vuelta decisiva y determinante de su itinerario de conversión: el encuentro con Cristo en el camino de Espoleta, que significó para Francisco algo así como la visión de Damasco para Pablo. 4 Allí Francisco fue atrapado por Cristo, que se le presentó como «el Señor» por antonomasia y le provocó un vuelco radical de todos sus pro– yectos. La conversión de san Francisco tuvo desde luego un desarrollo gradual; pero el punto de partida, que se identificó con el punto de llegada, el medio principal y el fin supremo, fue indiscutiblemente el amor a Cristo. Jesús arrolló literalmente al joven Francisco, se posesionó de todos sus sentidos, de todas sus fibras, se adueñó de todas las palpitaciones de su corazón en todos los momentos de su vida. La clave de la espiritualidad del Serafín de Asís se encuentra en el célebre testimonio de Celano: «Los her– manos que vivieron en su compañía saben lo muy duradera y continua que era su conversación acerca de Jesús, y cuán agradable y suave, cuán tierna y llena de amor. Su boca hablaba de la abundancia de su corazón, y volcaba al exterior aquel torrente de encendida caridad que lo abrasaba en su interior. Estaba íntimamente unido con Jesús: a .Jesús llevaba siempre en el corazón, a Jesú.s en los labios, a Jesús en los oídos, a Jesús en los ojos, a Jesús en las manos, a Jesús en todos los miembros de su cuerpo» (1 Cel 115). San Francisco podía afirmar con toda verdad a una con san Pablo: «Ya no vivo yo, vive en mí Cristo» (Gál 2, 20). Una vez que se ha encontrado con El, el Señor, Francisco se despoja de todo para ser pobre como El; 3 Cf. texto en Sel Fran n. 9 (1974) 341. • Cf. Leyenda de los Tres Compañeros 5-6. L. Casutt: La herenda de un gran corazón, Bar– cdona. Ed. Seráfica, 1962, pp. 28 ss., narra este snceso dándole una interpretación aguda en clave psicológica y espiritual.

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