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22 FRANCESCO SAVÉRIO fOPPÍ miento son la Cruz y la Eucaristía; la meta y fuente de la alegría es la comunión de vida con la Trinidad divina. Es el contenido exacto de una pedagogía que se repite en las páginas del Concilio Vaticano II: Optatam totius, 8. Vaya por delante un matiz que hace evidente un aspecto característico, específico de la oración de san Francisco. El «starets» enseña al «peregrino ruso» cómo ha de orar, sugiriéndole que repita indefinidamente, al ritmo de la respiración, la invocación « ¡Señor Jesucristo, ten piedad de mí!». San Francisco, en cambio, responde a los hermanos que le piden que les enseñe a orar: «Cuando oréis, decid: Padre nuestro... , y Te adoramos, Señor Jesucristo, también en todas tus demás iglesias que hay en el mundo entero, y te bendecimos, porque por tu santa cruz redimiste al mundo» (1 Cel 45). La diversidad de enfoque es de un valor fundamental. Nuestro Santo pone el acento, no en la oración cuyo beneficiario es el hombre, sino en la alabanza del Señor. Francisco se lanza de inmediato a los brazos del Padre y se extiende, luego, a adorar y bendecir al Señor Jesucristo, que con amor infinito colma las esperanzas del hombre. De este tipo de oración irradia una luz que lleva a reconocer que «Dios es el sumo bien, todo bien, total bien, y que a El se debe toda alabanza, todo honor, toda bendición» (Alabanzas de Dios). Francisco recibe de Dios y reverbera después el fuego de la caridad con que impulsa a sus hermanos a creer en el Amor, a experimentar de manera sapiencial el Amor (cf. 1 Jn 4, 16) y a responder al Amor con generosidad y gozo. Con una vida proyectada por completo a alabar al Padre por medio del Hijo en el Espíritu Santo, la oración de Francisco se transforma en liturgia del cielo. Síntesis y eco de ella es la convincente y férvida invitación que sella el Cántico de las criaturas: «Load y bendecid a mi Señor, y dadle gracias y servidle con gran humildad». 1. RECOBRAR EL VALOR DE LA ORACIÓN Es un problema del que ya se ha. tomado conciencia en toda la Iglesia, como urgencia primaria· para una auténtica renovación en el Espíritu y para observar el Evangelio de Jesucristo. Para las Ordenes religiosas significa una seria advertencia la amonesta– ción de Pablo VI: «No olvidéis el testimonio de la historia: la fidelidad a la oración o el abandono de la misma son el paradigma de la vitalidad o de la decadencia de la vida religiosa» (Ev. Test. 42). Las Familias Franciscanas, estimuladas por tan evidente constatación, se han lanzado a la búsqueda de los medios más adecuados para resolver el problema. Los Hermanos Menores y los Capuchinos lo han afrontado a

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