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58 PRANCESCO SAVERIO 1'0PP1 su celda, poco ayudará al religioso morar en una celda material» (Esp. Perf. 65; LP 80 b). Con estas palabras san Francisco subraya la necesidad del silencio y del recogimiento, incluso en medio del mundo, como clima indispensable para la oración, para contemplar a Dios que habita en nuestros corazones. Nosotros, por desgracia, somos hoy alérgicos a esta llamada; una ava– lancha de ruidos y de... sofismas nos envuelve de manera pavorosa. Al constatar semejante situación, el P. Koser (n. 73) ha dado un toque de alarma: «Para salvar al hombre y su vida con Dios, es necesario romper con la moderna fobia al silencio, a la soledad y al recogimiento». Y para acabar con esta fobia fatal, no hay más que un solo camino que emprender, camino que es al mismo tiempo meta que alcanzar: volvernos cada vez más conscientes de la presencia de Jesús dentro de nosotros y en torno nuestro, y vivir esta realidad. Vivir a Jesús es el Evangelio, la realidad sorprendente de la Gracia, que hace pregustar la alegría del cielo en la oración. 20. ¡FRANCISCO, ENSÉÑANOS A ORAR! Esta es la sabiduría del Seráfico Padre. Debemos presentarnos a él, como sus primeros hermanos, y pedirle que nos la comunique, enseñán– donos a orar. El nos responderá con las palabras, llenas de cálido afecto, que escribió al Capítulo de los hermanos: «Escuchad, hijos del Señor y hermanos míos, y entended mis palabras (Hch 2, 14). Inclinad el oído de vuestro corazón (Is .55, 3) y obedeced a la voz del Hijo de Dios. Guardar de todo corazón sus mandamientos y cumplid perfectamente sus deseos. Dadle gracias, por– que El es bueno (Sal 135, 1), y engrandecedle con vuestras obras (Tob 13, 6), pues os envió por todo el mundo para que de palabra y de obra deis testimonio de su Palabra y hagáis saber a todos que sólo El es omnipotente (Tob 13, 4). Perseverad en la disciplina y en la santa obediencia (Heb 12, 7), y cumplid con sincera y firme decisión cuanto le prometisteis. El Señor Dios se ofrece a nosotros como a hijos (Heb 12, 7)» (vv. 5-11). Francisco no conoce otra sabiduría que el amor de Jesucristo; para él, orar es vivir, seguir, dar gracias y alabar a Jesucristo, que nos ama y que se nos ofrece en la Cruz y en la Eucaristía. Como a los primeros hermanos, Francisco nos dice que adoremos y bendigamos al santísimo Señor Jesucristo Crucificado y Sacramentado en todas las iglesias del mundo (Test.; 1 Cel 45), y nos desea «la salvación en Aquél que nos redimió y nos purificó con su preciosísima Sangre; al cual, en cuanto escuchéis su nombre, habéis de adorar con temor y reverencia, postrados en tierra; a El, el Señor Jesucristo, cuyo nombre es Hijo del Altísimo, que es bendito por los siglos» (Carta al Cap., vv. 3-4).

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