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., iFRANCtsco, ENSÉÑANOS A ORAR! 57 plativos» (2 Cel 178). Ace:::-ca de las sombras que pronto harían aparición en un cuadro tan luminoso, puede verse lo que dice ~1 mismo Celano inmediatamente después (2 Cel 179). Hoy se está poniendo al rojo vivo el problema de las casas de retiro y de oración. Por todas partes se reconoce su importancia para una renova– ción de la vida religiosa. Así puede constatarse en las Constituciones de los Hermanos Menores, arts. 28-31; en las de los Capu:Jhinos, 42; en el I Consejo Plenario de los Capuchinos en Quito; en el Documento de Taizé n. 25; etc. ' Es necesario que sea operante la convicción de que ~a vitalidad de la Orden depende del reflorecimiento de la vida de oración y de que «todas las cosas temporales deben servir al espíritu de la santa oración y devo- ción» (2 R 5). . Es necesario que se nos forme para una genuina vio.a contemplativa, como la expresión más pura del ideal franciscano, hoy más actual que nunca. 25 La contemplación en los caminos del mundo de los r::10vimientos espi– rituales contemporáneos es el hallazgo de uno de los valores de nuestra historia. El DClctor Seráfico refiere de san Francisco: «Había aprendido a repartir tan bien el tiempo de la vida concedido para merecer, que parte de él lo empleaba en provecho de sus prójimos, y lo restante le ocupaba en los dulces y tranquilos ocios de la más elevada contemplación. De aquí que de~pués de haberse ocupado en procurar la salvación de :os demás, según lo exigían las circunstancias de los lugares y tiempos, aoandonaba el in– quieto tumulto de las turbas y se retiraba a lo más recóncfüo de la soledad y a los sitios más tranquilos para vacar más libremente a Dios· y sacudir el polvo, que por ventura pudiera haberse pegado a su alma en el trato y conversación con los hombres» (LM 13, 1). Fruto de la experiencia vivída era la exhortación a les hermanos que enviaba por el mundo: «Id en el nombre del Señor, hermanos míos. Id de dos en dos, caminando humilde y modestamente, con :::-eligioso silencio desde .el amanecer hasta después de la hora de Tercia, orando muy de corazón al Señor. Procurad que no salgan de vuest.ros labics palabras vanas y ociosas. Aunque estéis de camino, cuidad de que vuestro comportamiento sea tan moderado y prudente, como si estuvierais en un eremitorio o reco– gidos en vuestra celda. Porque debéis saber que cualquier sitio donde nos encontremos o por cualquier camino que vayamos, siempre llevamos con nosotros una verdadera celda, que es nuestro hermano cuerpo, en cuyo interior mora como un ermitaño nuestra alma, para orar al Señor y meditar en El. Por donde, si el alma no permanece en la quietud y soledad de esta 25 Cf. O. Schmucki: La oración, elemento esencial de la formación io la vida franciscano– capuchina, en Sel Fran n. 12 (1975) 315-328.
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