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56 FRANCESCO SAVERIO TOPPl las Horas», en un ritmo de disciplina montado sobre una obediencia evan– gélica de amor. Aun sin ceder a idealizaciones románticas, generalizando un contexto q.ue no estuvo exento de sombras, no se puede menos que permanecer admirados a contemplar un cuadro de vida religiosa, que emerge de allí y que sabe a algo casi de fábula o paradisíaco. En los bosques de Ponte– colombo y en los parajes quebrados de Montecasale parece que se ven todavía aquellos hermanos legendarios, los maravillosos hermanos de las Florecillas, que se alternan en el trabajo y en la oración, con una simplici– dad y con una alegría que sabe a cielo. Son pocos, no pueden ser más de tres o cuatro, a fin de que les sea posible reconstruir mejor el ambiente familiar de Betania, donde Jesús encontraba acogida e intimidad dulce y reparadora. Marta y María, las figuras clásicas de la vida activa y de la contemplativa, no están aquí en contraste, sino en armoniosa sintonía: una en función de la otra, se integran y se alternan según acuerdo previo y constante, operado por el Espíritu de amor. Delicioso de modo inefable es aquel apelativo tierno de «madres», dado a los hermanos ocupados en el servicio de la casa. En la Regla definitiva se encuentra este pensamiento, que es una auténtica alhaja de teología espi– ritual: «Y dondequiera que residan y den unos con otros los hermanos, compórtense mutuamente con familiaridad entre sí. Y exponga confiada– mente el uno al otro su necesidad, porque si la madre nutre y ama a su hijo carnal, ¿con cuánto mayor esmero debe cada uno amar y nutrir a su hermano espiritual?» (2 R 6, 7-8). Francisco aquí ordena sin más un amor más perfecto que el materno. Y tiene razón, en la lógica lineal de su visión de fe. Para él, el verdadero Ministro General de la Fraternidad es el Espíritu Santo, que tiene como misión suya propia formar uno solo, de los varios miembros del Cuerpo Místico de Cristo (1 Cor 12, 13). Por tanto, al ser en el Espíritu el hermano una sola cosa con el «hermano espiritual», más de cuanto lo sea en la carne la madre respecto al propio hijo, el amor debe ser más intenso, debe ser tal que sea capaz de integrar a las diversas personas con las diversas tareas en la armonía de la unidad. Que esto no fue un mero ideal soñado, sino una realidad vivida, se deduce, de entre otras cosas, de una relación del primer biógrafo de san Francisco: «...Un devoto clérigo español tuvo en cierta ocasión la dicha de ver al Siervo de Dios y de entretenerse con él hablando sobre la con– ducta de sus religiosos en España. Entre otras noticias le refirió ésta que alegró mucho a Francisco: -Tus hermanos viven en nuestra tierra en un eremitorio pobre, y tienen concertado de la siguiente forma su método de vida: que una mitad cuide de las cosas de la casa y que la otra mitad se dedique a la contemplación; cada semana se turnan de oficio, de suerte que los contemplativos se convierten en activos y los activos en contem-
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