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jFRANCtsco, ENSÉKANOS A ORAR! 55 de sufrimientos insoportables y en el contexto de un recrudecimiento de las discordias entre el Obispo y el Podesta de Asís. El Santo canta al Señor su himno de perfecta alegría, manda a sus hermanos a cantarlo ante el Obispo y el Podesta como Evangelio de paz, y de las notas irresistibles del amor florece el prodigio de la reconciliación (cf. Esp. Pe:rf. 100-101). ¿ Seremos también nosotros capaces de cantar esta «r.ueva alabanza de las criaturas», traduciéndola a términos modernos, envo!viendo en la ala– banza divina la civilización tecnológica y la pasión de nuestra época ator~ mentztda? Parece que los tiempos están maduros, a juzgar por el fervor creativo de nueva música popular-religiosa, y que los hombres tienen motivos espe– ciales para esperarlo de los seguidores del Juglar de Dios. Es la idea que Francisco tiene de sus hermanos: «¿Qué otra cosa son, en efecto, los siervos de Dios sino juglares suyos que deben levantar los corazones de los hombres y conducirlos a la alegría espiritual?» (2 Cel 100). En el Documento de Taizé (n. 18) leemos: «Al contemplar a Dios, sumo Bien, de quien procede todo bien, ha de brotar de nues:ros corazones la adoración, la acción de gracias, la admiración y la alabanza. Llenos de gozo pascual, viendo a Cristo en todas las criaturas, vayamos por el mundo entonando alabanzas e invitando a los hombres a ala!bar al Padre, hechos testigos de su amor en nuestra vida fraterna, en la oración y en el aposto– lado ... ».24 19. CASAS DE RETIRO Y DE ORACIÓN El Concilio señala, entre las tareas más urgentes de hoy, «la necesidad de conservar en los hombres las facultades de la contemplación y de la admiración, que llevan a la sabiduría» (GS 56). Contemplar y admirar, he aquí dos facultades particulares desarrnlladas en Francis:::o, sublime niño y poeta de Dios, que enseña aún hoy cómo armonizar el trabajo y la ora~ ción, el vivir en medio del mundo y el recogerse en Dios. Eco de esta síntesis es la pequeña Regla para «la habitación religiosa en los eremitorios» que, por su simplicidad y candor, equiiibrio y apertura, es, tal vez, única en la historia y en la legislación de las Ordenes religiosas. Verdadero tesoro escondido en el campo de la espiritualidad franciscana, este breve documento exhala todavía la fragancia encantadora de la pri– mavera seráfica, de aquella al menos que floreció en terno a Francisco y a sus fidelísimos, a quienes gustaba llamar «Caballeros de la Mesa redon– da>>. Esta Regla atestigua, entre otras cosas, la armonía posible entre trnbajo y silencio, vida eremítica y vida comunitaria, oración contemplativa y oración litúrgica, con un horario regulado por una puntual «Liturgia de 24 Sobre el Cántico de la~ Criaturas o del Hermano Sol, cf. el número doble 13-14 de Selecciones de Franciscanismo dedicado íntegramente a este escrito de S. Francisco.
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