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54 FRANCESCO SA\ÍÉRIO TOPPi Francisco encuentra en Cristo Jesús personificadas la Palabra y la Li– turgia con un amor pronto a darse y encarnarse en el hombre. Profunda– mente consciente de tamaño don, el Pobrecillo decía que recitando el Oficio «tomaba a Dios como auténtico alimento». Según Celano, Francisco «rezaba las Horas canónicas con no menos respeto que devoción ... Y solía decir: -Si el cuerpo toma con tanta calma su alimento ... , ¿con cuánta paz y tranquilidad no deberá el alma tomar su alimento que es su Dios?» (2 Cel 96). . No se puede, tal vez, ir más allá en la identificación de la Eucaristía y de la Palabra de Dios; presente en la Liturgia de las Horas. El Serafín de Asís no se cansa en sus Escritos de recomendar un culto paralelo hacia la Sagrada Escritura y hacia el Cuerpo y la Sangre del Señor, anticipándose a la enseñanza del Vaticano II (Dei Verbum 21) sobre el único Pan de vida, la Palaibra hecha Carne: Cristo Jesús. Para tener una visión más amplia del pensamiento de san Francisco, véanse su Testamento, la primera Admoni– ción, las Cartas a los Clérigos, a los Fieles, al Capítulo o a toda la Orden y a los Custodios. 18. EL CÁNTICO DE LAS CRIATURAS La mirada concentrada en Cristo, a quien con san Pablo intuye presente «todo en todas las cosas» (Col 3, 11), al que admira y ama en la piedra y en la luz, en las flores y en los pájaros, en los gusanillos del camino y en los hombres (2 Cel 165-177; Esp. Perf. 113-120), es la raíz y origen del Cántico de las Criaturas: traducción personal, espontánea, creativa del Cántico bíblico de los tres jóvenes en el horno (Dan 3, 52-90). Transformado en Cristo, Francisco hace suya propia la visión evangélica de las criaturas, obras de las manos del Padre, hijas todas de su Amor y, por tanto, «hermanas, hermanos» del hombre, a quien han sido dadas. El Cántico se desenvuelve con ágil frescura, sintetizando y vivificando el texto vetero-testamentario con el espíritu nuevo del Hijo, encarnado e introducido en lo creado como levadura. Las criaturas no son llamadas, como en rápida revista militar, a presentarse ante Dios y a alabarlo, como en el libro de Daniel, sino que son contempladas con un candor de poesía en sus propie– dades particulares. La alabanza del Señor brota, de manera existencial, de las cualidades mismas de las criaturas, que al unísono con Francisco cantan en actitud cósmica de fraternidad universal al Padre común. Se perfila aquí, en germen, la actual teología de las realidades terrestres, novedad sorprendente para aquel tiempo y, como tal, advertida y acogida con entu– siasmo. Francisco se muestra consciente de que «compone un nuevo cántico de alabanzas de las criaturas al Señor», para consuelo y edificación de todos (cf. Esp. Perf. 100). La misma visión, que se extiende hasta el misterio pascual, amplía la alabanza del Señor al sufrimiento, a la caridad que perdona, a «nuestra hermana la muerte corporal». Es el canto que estalla después de una noche

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