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jFRANCISCO, ENSÉÑANOS A ORAR! 51 santa voluntad, y por medio de tu único Hijo con el Espíritu Santo, creaste todas las cosas espirituales y corporales, y a nosotros, hechos a tu imagen y semejanza, nos colocaste en el paraíso. Y nosotros caímos por nuestra culpa. Y te damos gracias porque, al igual que nos creaste por tu Hijo, así, por tu santo amor con que nos amaste (Jn 17, 26), quisiste que El, verda– dero Dios y verdadero hombre, naciera de la gloriosa siempre Virgen beatísima santa María, y quisiste que nosotros, cautivos, f-.iéramos redimi– dos por su cruz y sangre y muerte. Y te damos gracias porqúe este mismo Hijo tuyo ha de venir en la gloria de su majestad a arrojar al fuego eterno a los malditos, que no hicieron penitencia y no te cono::ieron a ti, y a decir a todos los que te conocieron y adoraron y te sirviero:.1 en penitencia: 'Venid, benditos de mi Padre, recibid el reino que os está preparado desde el origen del mundo' (Mt 25, 34). Y porque todos nosotros, míseros y peca– dores,. no somos dignos de nombrarte, imploramos suplicantes que nuestro Señor Jesucristo tu Hijo amado, en quien has hallado complacencia (Mt 17,. 5), te dé gracias de todo junto con el Espíritu Santo Paráclito, como a ti y a El os agrada, El, que te basta siempre para todo y por quien tantas cosas nos has hecho. Aleluya» (1 R 23, 1-5). Es un canto estupendo por la inspiración bíblica, por las dimensiones cósmicas, por su intuición mística más elevada. Se le ha de:'inido «el Credo de san Francisco»; un Credo que no es un elenco árido de artículos de fe, sino un himno de alabanza y de acción de gracias por la ::reación, la En– carnación, la Redención y la consumación final de la historia de la sal– vación. El Serafín de Asís se cierne sobre las alas de la contemplación y vuela, como si estuviese ya en posesión de la bienaventuranza celestial, hasta el centro de la Liturgia Intratrinitaria, prototipo de toda litu::sgia: ¡al Hijo y al Espíritu Paráclito, para c¡ue tributen alabanza, acció::i de gracias y amor al Padre! · En el anhelo incontenible de arrastrar consigo a todas las criaturas del cielo y de la tierra -hay que leer entero todo el largo capítulo-, en la invitación a todas las categorías de la Iglesia celeste y peregrina a alabar, a dar gracias, a amar al Padre, Francisco aplac~ el celo que lo devora, apropiándose y ofreciendo la mediación sacerdotal de Cristo y el gemido inenarrable del Espíritu Santo. El Santo, «todo seráfico en ardor», tiene una experiencia íntima, em– briagadora, de la comunión de vida con Dios Uno y Trine; quiere comu– nicarla, tiene necesidad de comunicarla a todos los hombres, y se abandona a la fogosidad del Espíritu con un ímpetu de torrente en plenitud: «Amemos todos con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente, con toda la fuerza y poder, con todo el entendimiento, con todas las ener– gías, con todo el empeño, con todo el afecto, con todas las entrañas, con todos los quereres y voluntades, al Señor Dios ... Ninguna otra cosa, pues, deseemos, ninguna otra cosa queramos, ninguna otra cosa nos agrade y
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