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50 FRANCESCO SAVERIO TOPPI todo el mllndo, no sólo celebrando la Eucaristía, sino también de otras maneras, principalmente recitando el Oficio divino» (Sacr. Conc. 83). San Francisco asumió plenamente esta misión suprema de glorificar al Padre e hizo de ella la pasión predominante de su vida y de su acción apostólica. Prueba de ello es su celo ardiente por la celebración de la Liturgia de las Horas. Para él, recitar «el Oficio Divino según el orden de la santa Iglesia Romana» se identificaba casi con la observancia de la Regla y con la profesión de fe católica: de aquí, una dureza insólita, una intransi– gencia sin más para con aquellos que se sustraían a su rezo o se tomaban la libertad de cambiar su forma, como puede verse en su Testamento y en la Carta al Capítulo o a toda la Orden. ¿ Cuál era el motivo de semejante proceder? Aun teniendo en cuenta una interpretación histórica fundada del rechazo de algunos hermanos a decir el Oficio (según K. Esser: Temi spirituali, p. 171s, el rechazo habría sido motivado por el error de los herejes del tiempo, que no aceptaban el Antiguo Testamento), no se podrá nunca explicar la drástica reacción del manso Pobrecillo, si no es por el hecho de que él se siente tocado en lo más vivo, en el punto neurálgico de su espí– ritu. Para él, la razón primera y única de toda existencia creada es «la alabanza de la gloria de Dios», que es la razón misma de ser de Cristo y de la Iglesia (Ef 1, 3-17). Ahora bien, reconociendo en el Oficio divino el instrumento privilegiado para responder a esta razón de ser, Francisco no puede sino querer a toda costa su fiel celebración. Volcado por entero a Cristo Jesús y a su Cuerpo Místico, la Iglesia, quiere encarnar la función sacerdotal de alabanza al Padre y de oración por los hermanos. Al margen de esta razón de ser, san Francisco no puede absolutamente concebir ni aceptar una vida religiosa. Así se explica su comportamiento riguroso contra los reacios y los contestatarios. A cuantos hoy, con superficialidad, se sustraen a la celebración de la Liturgia de las Horas, habrá que hacerles ver sobre todo esta convicción profunda de nuestro Santo, habrá que recordarles que se existe exclusiva– mente en función de la gloria de Dios y que dar gloria a Dios coincide con el realizarse a sí mismos y procurarse la única verdadera felicidad. Es cuanto enseña Francisco de Asís en el capítulo conclusivo de la Regla no bulada, como veremos a continuación. 23 16. CÁNTICO DE ALABANZA Y DE AMOR «Omnipotente, santísimo, altísimo y sumo Dios, Padre santo y justo, Señor Rey de cielo y tierra, te damos gracias por ti mismo, pues por tu 23 Cf. sobre esta temática K. Esser: Orar en comunión con la Iglesia, en Sel Fran n. 7 (1974) 57-62.
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