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jFRANCISCO, ENSÉÑANOS A ORAR! 49 rarse autosuficientes y hacerse discípulos del Espíritu Sar:.to, que obra y se comunica en los signos de los tiempos, es pobreza de esp::ritu. Ser capaces de aprender y de asimilar el bien, dondequiera que se encuentre, es índice de juventud. Si san Francisco es un don del Espíritu Santo a la Iglesia, ¿por qué no buscarlo también en la Iglesia de hoy, que crece hasta el punto de provocar una crisis de crecimiento? Es un hecho constatado que diversos movimientos religiosos contemporáneos revelan aspectos característicos del franciscanismo y constituyen una prueba de su actualidad. La presencia de «Jesús en medio de los suyos», como elemento primor– dial de la comunidad cristiana, la vida evangélica de pobreza junto a los pobres y marginados, la fraternidad universal y el espíritu de servicio humilde, son valores franciscanos que hoy son redescubiertos y vividos por institutos religiosos nuevos. Estos no sufren crisis de vocaciones y numerosos jóvenes acuden a ellos con ardiente entusiasr:10. Este fenómeno nos plantea un interrogante ineludible sobre el que debemos reflexionar. Debemos retornar a san Francisco, a su ardor apasionado por Cristo Jesús, a quien hemos de amar e imitar y seguir con las c-bras. La Madre Teresa de Calculta ha compuesto, para sus Misioneras de la Caridad, la oración «Irradiar a Cristo», que expresa su vida humilde y fra– terna en medio de los pobres. San Francisco prescribe a los hermanos que van entre sarracenos, como primer medio de apostolado, «que no muevan altercados ni disputas, sino que estén sujetos a toda humana criatura por Dios (1 Pe 2, 13), y confiesen que son cristianos» (1 R 16, 6). Es el clima de la última Cena y de la Eucaristía, el espíritu del lavatorio de los pies y de la oración sacerdotal de Jesús, temas éstos tan entrañables para el Seráfico Padre que quiso escuchar de nuevo su relato y reproducir alguno de ellos antes de morir (2 Cel 217). Realizar este clima es crear el ambiente propicio al gozo y a la alabanza de Dios. 15. LITURGIA DE LAS HORAS El Concilio contempla así, en admirable síntesis, el misterio de Cristo: «El sumo Sacerdote de la nueva y eterna Alianza, Cristo Jesús, al tomar la naturaleza humana, introdujo en este exilio terrestre aquel himno que se ~ canta perpetuamente en las moradas celestes. El mismo une a Sí la comu– nidad entera de los hombres y la asocia consigo al canto de· este divino himno de alabanza. Porque esta función sacerdotal se prolonga a través de su Iglesia, que sin cesar alaba al Sefior e intercede pcr la salvación de con admiración, como inspirados en S. Francisco e intérpretes hoy de su carisma: los Hermanitos de Jesús del P. Foucauld, los Focolarinos, la Comunidad ecuménica de Taizé.

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