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jFRANCISCO, ENSÉÑANOS A ORAR! 47 En el «Oficio de la Pasión», María es contemplada como «Hija y esclava del altísimo y sumo Rey Padre del cielo, Madre del santísimo Señor nuestro Jesucristo, Esposa del Espíritu Santo ... ». Digna de destacarse es la rúbrica añadida a esta oración: «Adviértase que la susodicha antífona se dice a todas las horas; y sirve de antífona, capítulo, himno, versículo y oración; y lo mismo a maitines y demás horas. Ninguna otra cosa decía en ellas más que esta antífona con sus salmos». Es fácil deducir de ello que Francisco demoraba en esta oración y que la consideraba comprensiva de todos los elementos de la Liturgia de las Horas. Ma:ría lo conducía fácilmente a la comunión de Yida con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, hasta el punto de que le bastaba como tema del salmo (antífona), como pasaje de la Escritura (capítulo y maitines), como canto de alabanza (himno), como reflexión personal sobre un pensa– miento escogido de la Escritura (versículo), como síntesis de la oración en la celebración de la Liturgia de las Horas (oración). María, en sus relaciones de Hija con el Padre, de Madre con el Hijo, de Esposa con el Espíritu Santo, es el prototipo de la Iglesia, «Pueblo reunido en la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (Lum. Gen. 4 y 63); y lo es, a la vez, de la vida contemplativa y de la mística esencial que, a su vez, expresa «la plenitud de la presencia de la Iglesia» (Ad Gentes 1~). En esta contemplación de María en el seno de la SS. Trinidad, Fran– cisco condensaba su oración eclesial y su experiencia inefable de amor a las Tres Divinas Personas. Creemos no estar lejos de la verdad al individuar aquí uno de los elementos determinantes de su introducción en la vida contemplativa. Un experto y agudo teólogo ha escrito recientemente: «Es admirable que, tanto en Oriente corno en Occidente, la oración que prepara el alma para la vida contemplativa sea siempre una oración dirigida a la Virgen. Es como si lá Virgen nos tomase de la mano, nos acompañase, nos introdujese en el misterio de Dios». 20 San Francisco es una prueba tangible de esta acción de María .en la oración. María lo tomó y lo llevó de la mano, en su igles~ta de la Porciún– cula, desde el comienzo de su conversión hasta la muerte, hasta la posesión beatífica del" Dios Uno y Trino. En la antífona mariana queda todavía otra particularidad que destacar: María es llamada aquí, quizá por primera vez en la historia, «Esposa del Espíritu Santo». 21 Debe tener un significado profundo y original este apela– tivo, dado que Francisco alude a él en otro lugar, rompiendo con una cierta tradición. En efecto, mientras habitualmente a las vírgenes consagradas se las llama «esposas de Cristo», Francisco, al escribir a Clara y a sus Her- 20 Divo Barsotti: Maria nel Mistero di Cristo, Milán 1974, p. 20, 21 K. ESser: Temí spirituali, p. 317s.

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