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46 FRANCESCO SAVERIO TOPPI su Hijo. Dios cuidará de que haya quien restituya a su Madre lo que nos ha prestado a nosotros». 19 La fidelidad del Pobrecillo al Evangelio hunde sus raíces en la oración y en el ímpetu de su amor hacia Cristo y su Madre. El amor lo impulsa a hacerse semejante a la Persona amada. En el códice 338 de Asís, donde se reproduce el «Saludo a las Virtudes», el título viene presentado bajo esta significativa rúbrica: «Virtudes con que fue adornada la santa Virgen y debe serlo el alma santa». Y el «Saludo a la B. Virgen María», que sigue inmediatamente, concluye así: «...Dios te salve, Madre suya, y a todas vosotras las santas virtudes, que, por la gracia e iluminación del Espíritu Santo, sois infundidas en los corazones de los fieles, para que de infieles hagáis fieles a Dios». San Francisco manifiesta claramente que en María ve a la persona que encarna las virtudes hasta casi identificarse con ellas. María es la síntesis armoniosa de la sabiduría y de la simplicidad, de la pobreza y de la humil– dad, de la caridad y de la obediencia. El Pobrecillo saluda a estas virtudes como «señoras y reinas», porque resplandecen en la «Señora y Reina del universo», como si fueran sus manifestaciones en la historia. Con una única mirada, con un único anhelo, se dirige a María y a las virtudes y les ruega que vengan a habitar en las almas, a fin de transformarlas con la gracia del Espíritu Santo. El Concilio cierra el decreto sobre la renovación de la vida religiosa, indicando el mismo camino (PC 25). En el Documento de Taizé (n. 15), se declara: «Sigamos y veneremos a la Virgen María, asociada a la pobreza y a la pasión de Cristo. Nunca separemos a la Madre del Hijo. Ella es la senda abierta que conduce a la consecución del espíritu de Cristo pobre y crucificado». Se refleja aquí, en síntesis, la postura de san Francisco respecto a la Madre de Dios. El amor de san Francisco a la Virgen se hace uno con el compromiso de vida evangélica, pasa a través de Cristo y llega, finalmente, a la santísima Trinidad, donde María tiene su propia morada, el origen y la meta de su ser, tipo y ejemplar para todo cristiano. Lo dicho se pone muy bien de relieve en las dos sublimes y densas ora– ciones marianas que se conservan de nuestro Santo: en el Saludo a B. Vir– gen María y en el Oficio de la Pasión del Señor. En la primera, Ella es «la elegida por el Padre santísimo del cielo, a la cual consagró con su santísimo y amado Hijo y con el Espíritu Santo Pará– clito, en ella estuvo y está toda la plenitud de la gracia y todo bien». · 19 2 Ce! 67. Estamos en la línea del Evangelio y de los Padres de la Iglesia. Algo semejante ha intentado emprender el primer Consejo Plenario de los Capuchinos, celebrado en Quito, en octubre de 1971. Cf. Sel Fran n. 4 (1973) 18-20.
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