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44 FRANCESCO sAVERIO !OPP1 r~solver un _caso concreto con un criterio digno de su temperamento espi– ritual. El numero de sacerdotes aumentaba sensiblemente en la Orden (la Carta al Capítulo parece dirigida de modo particular a los sacerdotes), la celebración cotidiana privada de la Misa se difundía a escala cada vez más vasta (había incluso abusos graves en esta materia) ,17 los Hermanos Me– nores, siguiendo el ejemplo del Seráfico Padre, se mostraban deseosos de la Eucaristía (consiguieron para ello, en 1224, el privilegio del altar portá– til); 18 ahora el santo Fundador debe resolver el caso práctico de muchos sacerdotes que quieren celebrar teniendo sólo una iglesita, sin poder recu– rrir a la concelebración, entonces caída ya en desuso. Aun en su encendido ardor por la Eucaristía, Francisco no se deja desbordar por un panlitur– gismo ritualista, sino que permanece firme, anclado en las instancias fun– damentales de la oración y en la primacía de las virtudes evangélicas de la humildad y de la caridad. Lo que cuenta por encima de todo es la unión íntima, .:J:fectiva con Jesucristo, que produce sus frutos de gracia, incluso al margen de una celebración litúrgica; el poder del sacerdocio de Cristo ejerce su eficacia en cualquier parte, también sobre los ausentes; su me– diación no está circunscrita por un rito ni limitada a quien participa en él. La medida receptiva de la gracia de la Eucaristía viene dada sólo por la fe y por el amor que se expresan en la humildad, en el preferir a los demás antes que a uno mismo, en el renunciar incluso a una alegría espi– ritual, para complacer a los hermanos. Esta es la actitud de fondo con que hemos de ir a la concelebración, hoy restablecida en la Iglesia y floreciente en todas partes. San Francisco remite a lo esencial, a las disposiciones preliminares indispensables, a los compromisos evangélicos concretos. Sólo así la Eucaristía es centro, fuente y cumbre de la vida fraterna. A este respecto dice el Documento de Taizé (n. 37): «El Sacrificio eucarís- disminuyese, con la práctica frecuente, la reverencia al SS. Sacramento. Pero la realidad histórica parece muy diversa. Aun cuando falten documentos directos, se puede, no obstante, sostener que S. Francisco fue más bien favorable a una frecuencia más asidua de la Eucaristía. Celano asegura que "reputaba un grave desprecio no oír, por lo menos cada día, si era posible, una Misa, y que comulgaba con mucha frecuencia..." (2 Ce! 201). El mismo Esser, o.e., p. 268, explica la elección hecha por el Seráfico Padre de ir a Francia, por ser un país muy devoto de la Eucaristía. Cf. 2 Ce! 201, con una hipótesis bastante atendible y documentable: le habría llegado noticia de que en aquel país se deseaba ardientemente y en parte se practicaba incluso la comunión diaria. 17 Cf. Esser, o.e., p. 254, donde se refiere el abuso de celebrar varias misas al día por afán de dinero o por complacer a personajes de alta posición. Este contexto estuvo presente en ·la recomendación de S. Francisco a los sacerdotes de celebrar "con reverencia el verdadero sacrificio del santísimo Cuerpo y Sangre de nuestro Señor Jesucristo" (cf. Carta al Cap.); pero no fue éste el motivo por el que S. Francisco estableció la norma de una sola Misa para cada lugar, como piensan algunos Y también, en el pasado, las Constituciones de los Capuchinos. El texto y el espíritu de S. Francisco permiten individuar en la norma sólo la razón teológica de la unidad del Sacrificio y de su eficacia, medida por las disposiciones de humildad y caridad de los parti– cipantes. 18 Cf. H. Felder, o.e., p. 402, donde se cita la Bula "Quia populorum tumultus" (BF I, 20, n. !7), del 3-XII-1224, _en la que el Papa Honorio III concede a los Hermanos Menores el privi– leg10 de celebrar la Misa en sus lugares y oratorios, sobre un altar portátil.
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