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jFRANCISCO, ENSÉÑANOS A ORAR! 43 y que el cielo salte de gozo cuando Cristo, el Hijo de Dios vivo, está sobre el altar en las manos del sacerdote. ¡Oh admirable grandeza y estupenda condescendencia! ¡Oh sublime humildad! ¡Oh humilde sublimidad!: ¡Que el Señor del universo, Dios e Hijo de Dios, se humille hasta el punto de esconderse, para nuestra salvación, bajo la modesta apariencia del pan!» (vv. 21-22 y 26-27). Es evidente que nuestro Santo contempla en la Hostia al Señor Resuci– tado, glorioso a la diestra del Padre, centro del paraíso, soberano del universo. Rebosante de entusiasmo, invita a todas las criaturas del cielo y de la tierra a exultar, a gozar de la embriaguez de espíritu en la presencia del Viviente, del mismo Señor Jesús, que constituye la felicidad de los bienaventurados. En éxtasis de amor, exclama el Serafín de Asís: ¡Jesús está aquí! ¡Jesús, el paraíso de todos los corazones! ¡Jesús nos ama hasta el extremo de dársenos personalmente en comida y bebida! Consiguiente– mente, con lógica lineal, atenazante, concluye: «Considerad, hermanos, la humildad de Dios y derramad ante El vuestro corazón (Sal 61, 9); humillaos también vosotros y seréis ensalzados por El (Sant 4, 10; 1 Pt 5, 6). No os reservéis, pues, nada de vosotros para vosotros mismos, a fin de que os reciba enteramente quien enteramente se os entrega» (v-✓• 28-29). Una vez más la oración se enlaza con la vida; banco de prueba y sello distintivo de la adoración «en espíritu y verdad», tan cara al Pobrecillo, es un comportamiento moral adecuado, un reproducir al vivo, con fidelidad y coherencia, la actitud interior de Cristo Jesús. El Documento de Taizé (n. 39) resume esta concepción de la oración franciscana cuando dice: «La señal de que nuestro culto eucarístico es auténtico la tenemos en el esfuerzo por vivir a Cris_to y por servirlo en los hermanos, en los pobres y en los enfermos». 12. UNA SOLA MISA En la Carta dirigida al Capítulo o a toda la Orden leemos: «Amonesto y ruego, pues, en el Señor que en los lugares donde viven los hermanos, se celebre sólo una misa al día, según el rito de la santa Iglesia. Mas si se encontraren allí varios sacerdotes, que, por amor de caridad, cada uno quede contento asistiendo a la celebración del otro; porq:ie el Señor Jesu– cristo sacia a los que son dignos, tanto presentes como ausentes, El, aunque al parecer lo contemplemos en distintos lugares, permanece, sin embargo, indivisible y no sufre detrimento alguno; sino que, uho en todas partes, obra como le place juntamente con Dios Padre y el Espírit.I Santo Paráclito por los siglos de los siglos. Amen» (vv. 30-33). Sorpi;endente en verdad que un lenguaje tan simple y límpido haya dado cabida a interpretaciones varias, extrañas al texto, aun por parte de maes~ tros eximios. 16 El pensamiento de san Francisco es transparente y busca 16 Cf. H. Felder: Los ideales de S. Francisco, p. 62, nota 3, y K. Esse~: Temi spirituali, 258- 260, donde se afirma que esta prescripción habría sido motivada por e: deseo de ·evitar que
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