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40 FRANCESCO SAVERIO TOPPl El Vaticano II ha resumido una historia y una teología al afirmar: «La Eucaristía se presenta como fuente y cumbre de toda evangelización... Los demás sacramentos, como todos los ministerios eclesiásticos y las tareas apostólicas, están todos vinculados con la Sagrada Eucaristía y ordenados a ella. Porque en la Sagrada Eucaristía se contiene todo el tesoro espiritual de la Iglesia, es decir, al mismo Cristo, nuestra Pascua... » (Presb. Ord. 5). 11. EL MISTERIO DE CRISTO SOBRE EL ALTAR San Francisco contempla en la Eucaristía el misterio de Cristo, actuali– zado en un movimiento dinámico, operativo y vinculante para la Iglesia. Predomina en él, sin duda, la mirada a la celebración del Sacrificio Euca– rístico, del que brotan exigencias concretas para la vida. En sus Escritos se destaca bastante cuán natural, inmediata y espontánea le fuese la refe– rencia de la Eucaristía a la vida de Cristo, a la Pasión, que se renueva sobre el altar, y a la Resurrección gloriosa, presente, aunque velada por el misterio. En la primera Admonición leemos: «Mirad: cada día se humilla (Fil 2, 8), como cuando desde el trono real (Sab 18, 15) vino al seno de la Virgen; cada día viene a nosotros vestido de humildad; cada día desciende del seno del Padre al altar, a las manos del sacerdote ... Y así el Señor está siempre con sus fieles, como dice El mismo: Mirad que yo estoy con vosotros hasta el fin del mundo (Mt 28, 20)». Para san Francisco, la Eucaristía es, con toda verdad, el Hijo de Dios en medio de los hombres, el Emmanuel-Dios con nosotros. No necesita razonar ni demostrar; él contempla, con la simplicidad de su fe, el prolon– garse de la Encarnación sobre el altar y lo describe en términos de una transparencia cristalina. Al leer tales palabras del Pobrecillo, en la escucha silenciosa interior de estos pensamientos, casi parece estar mecidos por las melodías pastoriles del- tiempo navideño, se advierte el ritmo de una con– templación modulada sobre una dulce onda musical que funde tierra y cielo en armonía inefable. Hay un algo que evoca la embriaguez indescrip– tible de la Navidad en Greccio. El éxtasis seráfico se cierne entre el misterio del Pesebre y el «Hoy del Altar», en aquel triple expresivo «cada día», que fija la atención en una presencia real, siempre nueva, actual, sorprendente. Y desemboca en el candor de una visión, cargada de maravilla y de gozosa certeza: «así el Señor está siempre con sus fieles, como dice El mismo: Mirad que yo estoy con vosotros hasta el fin del mundo». Por la Pasión, que se renueva en el sacrificio eucarístico, el Estigmati– zado del Alverna hace saltar chispas de su corazón, que apenas centellean, pero que captadas son capaces de transformar a quien las retiene y se las mete dentro.

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