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jFRANCISCO, ENSÉÑANOS A ORAR! 39 El interrogante nos interpela también a nosotros. Estamos asistiendo a la difusión de una mentalidad que, so pretexto de renovación litúrgica, niega la presencia real de Jesús en la Eucaristía fuera de ~a santa Misa, y rechaza o arruina el culto personal y público al Santísimo Sacramento. Debemos ser reparadores, como amonesta el Seráfico Padre eri la misma Carta: «Así pues, enmendémonos pronta y resueltamente de todas estas cosas y de otras semejantes; y allí donde se encuentre colocado ilícitamente y abandonado el santísimo Cuerpo de nuestro Señor Jesucristo, retírese de aquel lugar y póngase en un lugar precioso y custódiese» (-,. 11). Debemos acoger la Palabra de Cristo, enseñada por la Iglesia, con la fe viva de san Francisco y postrarnos en adoración constante, repitiendo y prolongando la oración que se apresuró a recomendarnos en el Testamento·: «Te adoramos, Señor Jesucristo, también en todas tus demás iglesias que hay en el mundo entero, y te bendecimos, porque por tu santa cruz redi– miste al mundo» (v. 5). A nosotros, hijos suyos, el Seráfico Padre nos confía la misión de pre– dicar el Evangelio de la Eucaristía, que actualiza y aplica la salvación a todos los hombres: «Os ruego más que si de mí se tratara que... supliquéis humildemente a los clérigos que veneren sobre todas las cosas el santísimo Cuerpo y Sangre de nuestro Señor Jesucristo ... Y en toda predicación que hagáis amonestad al pueblo sabre la penitencia y sobre la imposibilidad de salvarse nadie sino el que redbe el santísimo Cuerpo y Sangre del Señor (cf. Jn 6, 54); y cuando es sacrificado por el sacerdote sobre el altar y cuando es llevado a otra parte, todas las gentes, de rodillas, tributen alabanzas, gloria y honor al Señor Dios vivo y verdadero. Y anunciad y predicad a todas las gentes acerca de la alabanaza suya, je suerte que a toda hora y siempre que suenen las campanas, todo el pueblo tribute siem– pre ala;banzas y acción de gracias al Dios omnipotente en toda la tierra» (Carta a los Custodios, vv. 2 1 6, 7 y 8). En santo está demasiado convencido, Evangelio en mano, de la necesi– dad de la Eucaristía para la salvación del hombre, y por ello no duda en encargar a sus hermanos que hagan de ella tema principal de apostolado. La fe viva en la presencia real de Jesús lo arrastra a la adoración, a la alabanza, a la acción de gracias y, superando toda barrera, Francisco abraza al universo y quiere envolverlo en este gozoso canto de respuesta al Amor. En tiempos oscuros para el culto eucarístico, estas palabras marcaron el principio y fueron eficaz profecía de una época nueva. Algunos decenios más tarde, fue instituida la solemnidad del «Corpus Domini», con las proce– siones festivas del Santísimo Sacramento; sucediéronse en los siglos poste– riores las Cuarenta Horas, la Adoración perpetua, los Congresos Eucarísticos a todos los niveles, y pareció cumplirse el ardiente vote del Serafín de Asís: «...todo el pueblo tribute alabanzas y acción de gracias al Dios omni– potente en toda la tierra».

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