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jFRANCISCO, ENSÉÑA:'l!OS A ORAR! 35 tiana y no sólo en su vértice. «Nadie puede venir a mí, si el Padre que me ha enviado no lo atrae» (Jn 6, 44). San Francisco, como todo otro santo, como todo simple cristiano que quiere .orar y observar el Evangelio, es deudor del Espíritu Santo, ha reci– bido del Espíritu Santo la capacidad de orar y de amar al Señor. La oración de san Francisco es inconcebible sin los dc-nes del Espíritu Santo: precisamente, en el florecimiento maravilloso de estos dones es donde sé desarrolla y se irradia en la Iglesia. En esta línea se inserta un fragmento de la Carta a los Fieles, que quita un velo a la intimidad mística de Francisco con la santísima Trinidad: «Y sobre todos ellos y ellas, mientras tales cosas hagan y perseveren hasta el fin, descansará el Espíritu del Señor (Is 11, 2) y hará en ellos habitación y morada (cf. Jn 14, 23). Y serán hijos del Padre celestial (cf. Mt 5, 25), cuyas obras hacen. Y son esposos, hermanos y madres de nuestro Señor Jesucristo (cf. Mt 12, 50). Somos esposos cuando el alma fiel se une a Jesucristo por el Espíritu Santo. Somos hermanos cuando cumplimos la voluntad de su Padre que está en el cielo (cf. Mt 12, 50). Somos madres cuando lo llevamos en el corazón y en nuestro cuerpo (cf. 1 Cor 6, 20) por el amor y la conciencia pura y sincera; lo damos a luz por la operación santa, que debe alumbrar a los otros para ejemplo suyo (d. Mt 5, 16). ¡Oh, cuán glorioso y santo y grande es_tener un Padre en el cielo! ¡Oh, cuán santo, consolador, hermoso y admirable, tener un Esposo! ¡Oh, cuán santo y cuán querido, agradable, humilde, pacífico, dulce y amable y desea– ble sobre toda cosa, tener un tal Hermano e Hijo, que dio su vida por sus ovejas (cf. Jn 10, 15) y oró al Padre por nosotros diciendo: Padre santo, protege a los que me has confiado... » (vv. 48-56). Se advierte aquí la incandescencia de una fe encendida en el ardor de la contemplación y en el heroísmo de una vida toda evangélica. Francisco está completamente prendido, poseído por Cristo Jesús, y canta la alegría de la comunión de vida con la santísima Trinidad, que mora en el fiel bautizado. El punto de encuentro del hombre con Dios es siempre Cristo; y el Espíritu Santo es el vínculo que crea las relaciones vitales, inefables, de hermanos, esposos y madres. La teología de la gracia, incluso en la brillante patrística oriental, no tiene ni puede tener expresiones más atre– vidas y más conformes a la Sagrada Escritura que éstas del Serafín de Asís. San Buenaventura escribirá, algunos decenios más tarde, un delicioso opúsculo: «Las cinco festividades del Niño Jesús», en el que no desarrollará más que uno de los temas de esta experiencia mística de san Francisco, que brota con ímpetu de la «Carta a los Fieles» en la plenitud rebosante de su contenido, sublime y fundamental a la vez para toda vida cristiana. Es el Evangelio en su núcleo esencial, y Francisco hace de él su mensaje ardiente, para comunicar a todos los hombres la alegría de su hallazgo, la feLicidad de su corazón.

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