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iFRANCISCO, ENSÉÑANOS A ORAR! 33 Y esto, no sólo respecto a Jesús crucificado, con la compunc10n del corazón, sino también a Jesús resucitado, glorioso, en una visión completa del misterio pascual. En el pasaje antes citado de Celano, donde se describe la oración del Santo en los bosques, se lee también: «... Allí conversaba con el amigo, allí se recreaba con el esposo». Esta discreta alusión evoca un aspecto de la oración que conviene evi– denciar en la vida de san Francisco y, de rechazo, también en la nuestra. Celano concluye el texto en que se refiere a la larga oración de con– trición «con temor y temblor en la presencia del Dueño de toda la tierra», informando que Francisco «sintió descender a su corazón ·.ma alegría ine– fable y una dulzura intensísima» (1 Cel 26). Volviendo atrás a los primeros tiempos de la conversión, reparemos en un episodio, que es destacado como uno de los decisivos, como uno de los momentos determinantes en el vuelco radical de la vida del brillante joven de Asís. Nos referimos al éxtasis inefable experimentado durante un banquete con los amigos. Nos lo narran los Tres Compañeros: ,,De pronto se sintió visitado por el Señor, y su corazór. se llenó de tal dulzura que no podía hablar ni moverse del lugar, ni oír ni sentir otra cosa sino aquella dulzura, la cual le había enajenado de tal forma los sentidos corporales que, según confesó después, aunque se le hubiera descuartizado, no hubiera sido de por sí capaz de moverse de aquel lugar. Sus compañeros, al r.ürar hacia atrás y verlo tan alejado de ellos, fueron a su encuentro y, todo asombrados, le vieron como transformado en otro tombre. Entonces le preguntaron: '¿,En qué estabas pensando pEra no venir con nosotros? ¿Piensas, por ventura, casarte?', insisten bromeEndo. Con voz firme les respondió: 'En verdad que estáis ahora en lo cierto, pues he determinado tomar por esposa a la más noble, rica y hermosa mujer que jamás habéis visto'. Echáronse a reír y le decían que estaba Joco y no sabía lo que habl~ba, a pesar de que lo había dicho por inspiración de Dios, ya que la citada esposa con quien se casó fue la verdadera religión, la más noble, rica y hermosa de todas, por la pobreza... » (L 3 Corríp. 7). Refiriendo el mismo episodio, escribe Celano: «En efecto, la esposa inmaculada de Dios es la verdadera religión que él abrazó... »; y añade en otro lugar: «Se apoderó entonces de él tal afición espiritual por las reali– dades invisibles, que juzgaba de ninguna importancia y completamente frívolas todas las cosas terrenas. ¡Admirable dignación la de Cristo, que concede sus mayores gracias a los que practican las obras más insignifican– tes ... ! Son misterios de Dios los que se van cumpliendo en Francisco que, sin darse cuenta, es conducido a la ciencia perfecta» (1 Cel 7; 2 Cel 7). Con un conocimiento elemental del dinamismo de la vida espiritual, se comprende en seguida que Francisco es objeto de la inft:.sión del don de la s~biduría.

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