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jFRANCISCO, ENSÉÑANOS A ORAR! 31 Nos encontramos ante la típica oración «afectiva», que será caracterís– tica de la oración franciscana, y que es puerta abierta a la experiencia íntima de Dios. «Nuestra oración es más bien 'afectiva', u oración del corazón, que nos lleva a una experiencia íntima de Dios» (Taizé 17). Aun dando por descontada la aportación del temperamento de Francisco, no sería justo reducir este género de oración a sentimen::alismo, a exube– rancia de carácter afectivo, a capacidad creativa de objetivar los impulsos interiores. En nuestro caso se trata de una actitud existe::1cial múltiple de la criatura ante el Creador, del cristiano ante Cristo. Francisco expresa y traduce, con la índole propia de su genio espiritual, un índice de una gai:na de relaciones reales y operantes entre el hombre y Dios. • Entremos en el itinerario particular del Pobrecillo de Asís hacia la con– secución de la unión plena, transformante, con Cristo Jesús. «Llenaba los bosques de gemidos, rociaba la tierra con sus lágrimas, se golpeaiba el pecho con la mano ... , hablaba frecuentemente en alta voz con su Señor. Allí respondía al juez, allí suplicaba al padre ... ». 6. TEMOR DE DIOS Y COMPUNCIÓN DEL CORAZÓN La transcendencia, la santidad, la majestad de Dios estaban de tal modo impresas en el alma de Francisco, que suscitaban en él una oración domi– nada de manera particular por el espíritu de adoración. Dan idea de ello los términos tan frecuentes en su boca y en sus escritos de Altísimo, Omni– potente, Sumo, Justo, Fuerte, Grande, Rey del cielo y de la tierra, Eterno, Santísimo, etc. Algo de esto revela la primera estrofa del Cántico del Her– mano Sol, aun estando todo él impregnado de una tierna intimidad con el Padre celestial. Testimonio elocuente de lo mismo es su virtud preferida: la humildad. En el Pobrecillo de Asís prevalecía el don del temor de Dios en el sen– tido bíblico-teológico más puro del término: experiencia infusa de la ma– jestad y de la santidad del Altísimo y Sumo Dios. De aquí, la compunción del corazón, viva y declarada hasta el punto que san Buenaventura la presenta como su misión espedfica en la historia y en la Iglesia (LM Pró– logo). La oración del publicano: «¡Dios.mío, ten compasión .de_ este peca– dor!» (Le 18, 13), expresaba una actitud de fondo suya habitual (1 Cel 26). Y el Santo enseñaba y mostraba con el ejemplo «la necesidad, para los que tienden a la perfección, de purificarse cada día con las lágrimas de la contrición» (LM 5, 8). En la puesta en práctica de la renovación de la pen~tencia evangélica y sacramental, queda revalorizado el espíritu de compunción como factor determinante del retorno a Dios, de la sincera conversi:'m y de la trans, formación efectiva de la vida.
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