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30 FRANCESCO SAVERIO TOPPI El podía atestiguar que había buscado siempre al Señor en las Sagradas Escrituras, y que las había asimilado hasta el punto de poseerlas más que suficientemente para la meditación (2 Cel 105). Tenemos de ello un testimonio vivo en sus Escritos, rebosantes todos ellos de pensamientos y de citas de la Brblia. En su Carta al Capítulo (o Carta a toda la Orden), manifiesta así su actitud hacia la Sagrada Escritura: « Y porque 'quien es de Dios escucha las palabras de Dios' (Jn 8, 47), nosotros, los que más especialmente esta– mos dedicados a los Oficios divinos, debemos, no sólo escuchar y hacer lo que dice Dios, sino además cuidar los vasos y los libros litúrgicos, que contienen sus palabras santas, para hacer calar en nosotros la grandeza de nuestro Creador y nuestra sumisión a El. Por tanto, recomiendo a todos mis hermanos y les urjo en Cristo que veneren las palabras divinas, todo lo que puedan, dondequiera las encuentren; y si no están bien guardadas o están esparcidas en algún lugar indecoroso, por lo que a ellos toca, que las recojan y guarden, venerando en las palabras al Señor que las pro– nunció» (vv. 34-36). Bien sabía el Pobrecillo que la Palabra de Dios es un medio a través del cual el Señor se hace presente, se comunica personalmente y, en con– secuencia, se sentía de inmediato en contacto con Dios y lo adoraba, escu– chando y venerando sus palabras. El advertía casi sensiblemente la presen– cia y la acción de las Tres Personas Divinas en la Sagrada Escritura, como se deduce de la Carta a todos los Fieles: «Siendo yo siervo de todos, estoy obligado a servir a todos y a administrarles las odóríferas palabras de mi Señor. .. Por las presente letras y mensajes me he propuesto transmi– tiros las palabras de nuestro Señor Jesucristo, que es el Verbo del Padre, y las palabras del Espíritu Santo, que son espíritu y vida (Jn 6, 33)» (vv. 2-3). El Concilio presenta la convergencia de las Tres Personas Divinas en la Revelación, y recomienda a los religiosos «tener, ante todo, diariamente_ en las manos, la Sagrada Escritura, a fin de adquirir, por la lectura Y medita– ción de los libros sagrados, la eminente ciencia de Jesucristo (Flp 3, 8)». 10 5. ORACIÓN AFECTIVA Una asimilación vivida y amada de la Palabra de Dios llevó a nuestro Santo a una oración-conversación ainorosa con Dios. Escribe el primer biógrafo: «Cuando oraba en las selvas y soledades, llenaba los bosques de gemidos, rociaba la tierra con sus lágrimas, se gol– peaiba el pecho con la mano, y allí, cual si estuviera en lo más secreto del retiro, hablaba frecuentemente en voz alta con su Señor. Allí respondía al juez, allí suplicaba al padre, allí conversaba con el amigo, allí se recreaba con el esposo, el Señor» (2 Cel 95). 'º Cf. Dei Verbum 2, 8 y 25; Perfectae Caritati.s 6.

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