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28 FRANCESCO SAVERIO TOPPl Y la historia demuestra que ello fue siempre germen de genuina renova– ción» (Taizé 20). Cuanto se dice en este Documento sobre los Capuchinos puede, con ligeras matizaciones, aplicarse también a las otras Familias Franciscanas. Es el carisma del único Seráfico Padre, que siempre se ha transmitido y manifestado en sus hijos más fieles. Debemos reaccionar y proceder con seriedad en este campo. En el Docu– mento de Taizé, n. 26, encontramos una línea de acción muy concreta y preciosa: «Es urgente formar la conciencia de la necesidad personal de orar. Cada uno de los hermanos, esté donde esté, ha de tomarse el tiempo suficiente cada día para la oración individual, por ejemplo, una hora entera. Esta necesidad vital la experimentan muchos de nuestros hermanos, sobre todo los misioneros». Habida cuenta de la experiencia de los Santos y con la garantía de una sólida teología espiritual, estimamos que tal indicación es de suma impor– tancia. En el momento que atravesamos, de cambio de una observancia coral a un contexto caracterizado por la responsabilidad y la iniciativa personal, nos parece que no se puede indicar otro medio más eficaz para resolver de raíz el problema de la oración. Y no sólo de la oración individual, sino también de la comunitaria y litúrgica. «Cuanto más intensa sea la oración individual, dice el mismo Documento, tanto más viva será la participación en la oración comunitaria» (Taizé 31). Y de una auténtica oración mental dependen el espíritu de la verdadera adoración, la unión con Cristo y con los hermanos, la eficacia de la Liturgia. La formación de la conciencia y la consiguiente fidelidad a la medita– ción diaria son factores indispensables para responder al primer elemento constitutivo de nuestra espiritualidad. En la formación, y consiguientemente en la admisión de los candidatos a la Orden, es necesario poner como principio ineludible éste enunciado por el reciente Capítulo General extra– ordinario de los Capuchinos: «No puede abrazar nuestra vida, ni corres– ponder a sus exigencias, quien no se aplica a la oración y no se esfuerza por obtener, por encima de toda otra gracia, la gracia de la oración, como ensefía san Francisco». 8 «Debemos estar convencidos -advierte el Ministro General de los Her– manos Menores Conventuales-- de que la primacía de la vida de oración y el modo digno de satisfacer esta exigencia fundamental del espíritu deben quedar salvaguardados a toda costa, a todos los fines ... Entonces podremos repetir con convicción el dicho del beato Gil: -La oración es el principio, medio y fin de todo bien». 9 Sin esperar a mañana, sin forjarnos ilusiones de encontrar situaciones diversas de las actuales, fantaseables como más propicias para una solu- 8 Cf. Analecta O.F.M. Cap. 90 (1974) 327, donde se cita LM 10, l. ' Commentarium O.F.M. Conv. 71 (1974) 239.
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