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26 FRANCESCO SAVERIO TOPPl modos de expresar el amor a Cristo. Precisamente, como las vio y las prac– ticó Francisco de Asís. 3. NECESIDAD DE UN COMPROMISO Así pues, el valor de la oración puede ser recobrado a condición de que la oración sea estimada como una relación personal con Jesucristo. San Francisco concibió la oración y la practicó como expresión primaria de su vehemente anhelo de Dios. Después de la visión de Espoleta, que le hizo tan sólo barruntar la identidad del verdadero Señor, volvió a Asís y se consagró a una vida de oración prolongada, intensa, laboriosa, en una gruta solitaria, con el fin de conocer a fondo al Señor que le había llamado y de cumplir fielmente sus órdenes (1 Cel 6). Nos parece que no se ha subrayado suficientemente esta fase, para nosotros importantísima, de la conversión de Francisco. Ciertamente, no se ha puesto bastante de relieve el momento del aprendizaje, de la fatiga, de la lucha, en la oración de san Francisco. Momento que no quedó redu– cido, ni podía quedarlo, al período inicial de la conversión. Los biógrafos, a pesar de su incorregible tendencia a acentuar los aspectos brillantes de la vida del Santo, dejan escapar algunos elementos que han sido desarrolla– dos y tomados en consideración para conocer de modo realista la oración del Pobrecillo. Celano habla de una tensión tal en la oración que lo dejaba enervado e irreconocible; refiere una larga lucha contra las distracciones en la ora– ción, presentes incluso en los últimos años de su vida; describe una prueba tremenda que duró varios años (1 Cel 6; 2 Cel 115). Los Tres Compañeros atestiguan que Francisco llegó a una vida de oración incesante «con mucho esfuerzo en la oración y meditación» (cf. LP 77). La misma búsqueda ansiosa de la soledad está motivada en Francisco, no sólo por una aspiración de su espíritu, sino también por la necesidad de una ascesis viril, empeñada duramente en una oración contemplativa. 5 El P. Koser observa que no existe una fórmula mágica para resolver las dificultades de la vida con Dios y previene, sin ambages, que es necesario luchar, caminar, «forcejear para abrirse camino por la puerta estrecha» (Le 13, 24), insistir con santa obstinación ante Dios (Koser 2). El Documento de Taizé (n. 6) constata que «el itinerario del hombre hacia Dios, sujeto a alternativas felices y adversas ... Largo, aventurado y lleno de atractivo es el camino hacia la consecución de la integridad de la madurez humana en la libertad de los hijos de Dios 'hasta que Cristo quede formado en nosotros'» (Rom 8, 22ss.; Gál 4, 19). También subraya ' Cf. O. Schmucki: Francisco, juglar y liturgo de Dios, en Sel Fran n. 8 (1974) 134-165; El secreto de la soledad, ibid. pp. 166-169; El programa contemplativo de la primitiva familia franciscana, ibid. pp. 170-173; La meditación franciscana, ibid. n. 7 (1974) 41-50.
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