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316 A. DE VILLALMONTE tanto el concepto de «teología» como el de «carisma» son suficien– temente complicados en sí mismos, en sus mutuas relaciones, como para dejarse definir en términos precisos. Nosotros aquí utilizamos ambos conceptos en su significado común más aceptado y aceptable. Y así entendemos la teología como el esfuerzo y el resultado del esfuerzo del creyente por expresar, en lenguaje humano significativo y crítico, las vivencias de su fe, bajo la norma de la Palabra de Dios. O también, la reflexión científica, metódica, sistemática, sobre los enunciados de la fe. Pues bien, entre los factores o fuerzas que im– pulsan al creyente la comprensión y formulación científica de su fe hay que contar con lo carismático, dinámico, profético, que está pre– sente e influyente en toda la Comunidad de los creyentes en general y en todas sus actividades específicas. Es decir, habría que contar con la acción del Espíritu Santo, fuente originaria de todos los caris– mas, principio vital de la Iglesia. Por otra parte, el concepto de carisma habría que entenderlo, en el caso, en su significado más amplio y complexivo, según quiere la teología posterior al Vaticano II. No ya como una gracia extraordi– naria, esporádica, gracia «gratis data», según la terminología escolás– tica: Lo carismático sería efecto múltiple de la operación const::111:e del Espíritu que es el alma de la Iglesia; pertenecería a todos los tiempos y sectores de la vida eclesial. Sería resultado de la partici– pación universal de los bautizados y confirmados en al «munus pro– pheticum» de Cristo. Repetidamente se contradistingue -sin contra– ponerlo- a lo institucional y jerárquico. Para muchos autores expre– saría la vertiente pneumática de la actividad entera de la Iglesia y de cada uno de los creyentes. 12 Si lo carismático y profético lo ponemos en relación con la tarea de teologar nos podría dar este resultado: Por una parte hay que reconocer que la tarea de teologar, en cuanto tal, es una tarea reali~ zada por la inteligencia humana que quiere entender y expresar en lenguaje humano significativo las vivencias de la fe. Bajo este punto 12. Para orientarse en la teología actual sobre lo carismático pueden consultarse K. RAHNER, Lo dinámico en la Iglesia, Barcelona, ed. Herder, 1963. B. VAN LEEUWEN, La participación en el ministerio profético de Cristo, en: «La Iglesia del Vaticano II (edit. G. Barauna, Barcelona, ed. Flors, 1966), I, pp. 479-504; .H. ScHÜRRMANN, Los dones espirituales de la gracia, en la mis– ma colee., II, pp. 579-602. H. KüNG, La estructura carismática de la Iglesia, en: «Concilium», número 4 (1965), pp. 44-65. E. BETTENCOURT. voz «Carismas», en: Sacramentum mundi. Enci– clopedia Teológica (Barcelona, ed. Herder, 1972), I, pp. 669-672 (bibl.). H. PYPFFEROEN, Le Charisme, unique structure fondamental de l'Eglise?, en: Laurentianum, 12 (1971), pp. 91-98. Comentario a un libro de G. HASEN HüTTL, sobre el tema. Carlos DE VrLLAPADIERNA - B. JIMÉ– NEZ DUQUE, v. «Carisma», en: G.E.R. (Madrid, 1971), 5, pp. 97-100. L. TURRADO, Carisma y ministerio en san Pablo, en: Salmanticensis, 19 (1972), pp. 323-353.

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