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336 A. DE VILLALMONTE Iglesia (y dentro de ella de la teología) frente y al lado de lo jerár– quico, institucional, jurídico, frente a lo que sea norma, organización lógica y razonamiento. 56 Hay también fuertes reclamaciones a favor de una Iglesia pobre; preocupada por los pobres y desheredados de este mundo, pero también ella misma convertida en público testimo– nio de pobreza.57 Los movimientos pentecostales, las llamadas comu– nidades de base buscan oír la voz del Espíritu y sentir su acción fuera de los marcos institucionales, jerarquizados, fuera de las normas, re– glamentaciones y estatutos jurídicos. Nos encontramos cada día con la protesta de cristianos que se creen empujados por un espíritu profético. En medio de esta floración de «carismáticos» más o menos acreditados, se hace más necesario que nunca el pedir al Espíritu Santo el carisma del discernimiento de espíritus. Por lo que respecta a la teología, siguen vigentes, efectivos y sin cumplir varios de los postulados más importantes de movimiento por una teología kerigmática-carismática surgida en la década de los años treinta:. Hay un total volcarse de la labor teológica hacia la acción, la vida, la praxis. Se habla de la inevitable y deseable preva– lencia de la ortopraxis sobre la ortodoxia; e incluso de la «imposible ortodoxia», ya que los enunciados de la fe apenas aguantarían una justificación científica, metódica y racional y en cambio podrían y deberían ser justificados por su eficacia para promover la praxis cristiana de la caridad, especialmente en dirección a los hombres y, sobre todo, a los marginados en el desarrollo económico, social y cultural. Cierto, hay ahora una mayor urgencia de crítica radical de los principios fundamentales de nuestra fe. No se cansan los teólogos en su tarea de desmitizar, desacralizar, de aplicar los más exigentes métodos de la crítica del· lenguaje, de la crítica social. Nos encontra– ríamos ante una nueva Ilustración, continuación de la de siglos pasa– dos; pero más exigente y radical que aquéllas. Pero este mismo criti– cismo radical estaría exigiendo, según muchos, una renovada atención a los elementos carismáticos, vitales; a buscar un contrapeso en· la 56. Ya citamos algunos testimonios en la nota 12, ver, además, el número 37 de la rev. «Concilium», 1968, dedicado al profetismo en la historia de la Iglesia. A. DuLLES, La sucesión de los profetas en la Iglesia, en: Concilium núms. 34-36, pp. 58-58. A. van RuLER, ¿Hay una «sucesión de doctores»?, en: Concilium, núms. 34-36, pp. 69-80. M. D. CHENU, El Evangelio en el tiempo (Barcelona, 1966), 191-201. 57. Puede verse J. DuPONT, La Iglesia y la pobreza, en: Baraúna, Conc. Vaticano II (Bar– celona, 1966), I, 40-431. La realización de la pobreza es una de las ideas-fuerza de la «teología de la liberación». Ver G. GUTIÉRREZ, Teología de la liberación (Salamanca, 1973), páginas 365 ss., especialmente.

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