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334 A. DE VILLALMONTE dimensión carismática que siempre había sido cultivada por Buena– ventura, adquiere un estilo profético de denuncia, de protesta, frente a los intentos de mundanizar la sagrada doctrina y todo el estilo de pensar y de vivir específico de la Cristiandad medieval. El talante de pensador armónico, su afán de síntesis, de visión unitaria de la realidad, su tendencia a buscar la unión y superación de los contra– rios, su amor al orden, a la jerarquía, ¿habrán sufrido una inflexión en beneficio del exacerbado espiritualismo propugnado por muchos de sus hermanos en religión? Ya indicábamos que estas Conferencias sobre el Hexámeron son de difícil interpretación. Nunca será legítimo desligarlas de la trayectoria que ha seguido el pensamiento bonaven– turiano en años anteriores. Si bien el hecho de encontrarse en una situación nueva y grave, según el Doctor seráfico, pudo impulsarle a una reacción más vigorosa y tajante que la exigida por tiempos y problemas en su normal desarrollo. Sin entrar en un 1 estudio pormenorizado sobre el problema resu– miríamos nuestra opinión en esta forma: Respecto a la presencia e influencia de lo carismático en el interior de la labor del teólogo Buenaventura ha mantenido una línea de continuidad básica, ha se– guido un proceso de evolución homogénea de su propio pensamiento desde el Sentenciaría hasta culminar en las Conferencias sobre el Hexámeron. La teología es un saber ordenado al amor, el conocer tiene sentido pleno sólo cuando culmina en caridad. Por otra parte, la influencia de los dones en el comienzo, desarrollo y terminación del proceso teológico es idea muy clara y mantenida por el Doctor seráfico. Según el programa previsto en el comienzo y en el final del Itinerario, la contemplación -especulación-, la expresión conceptual de la fe ha de terminarse -por el peso connatural de las cosas- en el amor, gusto, vivencia de la Verdad revelada más allá de toda formu– lación conceptual. 53 El «ordo contemplativorum» que preveen las Con– ferencias del Hexámeron para la última etapa de la historia de la Iglesia no es más que la historificación, una implantación en el espa– cio y en el tiempo del ideal místico que se describe al final del Itine– rario. Este encuentro de almas santas, místicas al final de la historia, puede muy bien calificarse de una utopía, en el sentido actual del concepto y con similar contenido, propuesta por Buenaventura a los «hombres espirituales». El punto de referencia para la unificación -en lo sustancial- entre ambas situaciones nos parece encontrarla en la persona de san Francisco, prototipo del hombre «extático-mís- 53. Itiner. prolog. 2-4; V, 295-296. IB. cap. VII; V, 312-313.

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