BCCCAP00000000000000000000652

326 A. DE VILLALMONTE manera, válida en lo sustancial, de expresar aquello que la teología actual quiere decir cuando habla de lo carismático: que hay una presencia e influencia universal, misteriosa del Espíritu en los cre– yentes y en la Comunidad en general, que no está ligada a los medios institucionales, sacramentos; sino que realiza aquello de que el Espí– ritu sopla donde quiere, sin estar sujeto a normas preestablecidas. Para prevenir algún malentendido séanos permitido indicar que esta influencia donal dentro del proceso teológico no elimina la indis– pensable colaboración humana en el mismo. Esta colaboración, en el caso, sería la actividad mental, el trabajo, la pericia técnica, la inves– tigación y utilización laboriosa de los métodos científicos. De lo con– trario, la teología sería un carisma, pura donación del Espíritu. Pero no es así: es una donación del Espíritu incrustada en un trabajo y esfuerzo humano por entender lo revelado; si bien la fuerza del Espí– ritu por medio de sus dones se considera indispensable para conse– guir la finalidad pretendida. Al hablar del don de ciencia insiste Bue– naventura en la necesidad de la ciencia filosófica para acceder a las ciencias superiores: La Escritura y la ciencia de los santos, la teología en sus varios grados. Para comprender la Escritura hay que entender la letra y el espíritu. Para entender la letra nos ayudan la ciencia y la pericia humana; para captar el espíritu nos ayuda el Espíritu Santo mismo que inspiró la Escritura. 36 Con esta convicción de fondo está escrito el conocido opúsculo «Reducción de las artes a la teología»: Todas las ciencias humanas han de ayudar al teólogo a entender el sentido último del libro de la Escritura y del libro de la creación, en los que Dios se revela; a fin de llegar, por todas las cosas y por todas las actividades humanas, a la alabanza de Dios y al perfecto amor de caridad. No puede cumplir la teología su función sin la ayuda de las ciencias humanas. La minuciosidad propia del método escolástico le lleva a Buena– ventura a concretar más el influjo de los dones a 'lo largo del proceso teológico. En el punto de partida tenemos la fe, por la que asentimos a los principios revelados. Esta fe es perfeccionada, dinamizada por el don de piedad que infunde en el teólogo especial estima, congenia– lidad, amor, gusto y respeto por la verdad de la Escritura y por la Tradición de los mayores. De aquí la importancia que en la teología bonaventuriana logra el llamado «argumento según la piedad». Lo encontramos subrayado en momentos muy importantes de la expo- 36. «I'hilosofica scientia via est ad alias scientias; sed qui ibi vult stare cadit in tenebras;,, De Donis Sp. S., IV, 12; V, 476a.

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz