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ALFONSO DE CASTRO 205 Ingenuamente se alegra de su éxito literario al notar que en aquellos once años ha sido reeditada cuatro veces, tres en París y una en Colonia. Ello le incita a revisar su obra y preparar la edición de 1545 cuyo prefacio estamos comentando. Vuelve sobre la misma en 1556 para reeditarla de nuevo. Va entonces dirigida al «Serenissimo et Catholicissimo Philippo, His– paniae, Angliae et Hyberniae Regi, Ecclesiae Defensori». Para encuadrar históricamente esta dedicatoria, recuérdese el matri– monio de Felipe II con María Tudor, en 1554. La Cristiandad se hallaba en uno de esos momentos de los que va a depender su historia en el futuro. Las ilusiones del catolicismo romano eran grandes: Felipe II y María Tudor esperan un hijo, que va a ser el heredero de Inglaterra y de España. En él se aunarán las dos potentes monarquías. Inglaterra permanecerá definitivamente al lado de la Cristiandad, que encontrará en ella y en España el sostén de los viejos ideales medievales. Mas tantas ilusiones se vienen a tierra porque el hijo deseado no llega y María Tudor muere sin dejar heredero. Lamentablemente y para siglos, la re– acción protestante triunfa en Inglaterra que , desde entonces, se convierte en el más potente bastión del protestantismo. Europa ve definitivamente rota su unidad. En la isla, la herejía; en el continente, la Paz de Augsburgo, que sanciona la escisión ... ¿Para qué seguir rememorando hechos históricos demasiado conocidos? Los recordamos tan sólo para evocar el medio ambien– te en que nuestro Alfonso de Castro escribe, mientras trabajaba con su predicación y con su ejemplo para que Inglaterra volviera al seno de la Iglesia 6 • La historia nos ha dejado constancia de que nuestro franciscano , con mansedumbre de tal, se opuso a las eje– cuciones decretadas contra los herejes por una política poco clari– vidente de la reacción católica de María Tudor. La historia de la Inglaterra Protestante ha llamado a esta Reina Católica, the bloody. No hubiera hallado tanto pretexto para hacerlo, si María Tudor hubiera seguido los consejos de nuestro Alfonso de Castro, que como consejero había acompañado a Felipe II en su viaje a la isla. Más tarde veremos que su mansedumbre no rehuye el hierro del cirujano - es expresión suya '- contra la herejía. 6. «Dos dominicos y dos franciscanos, entre estos últimos el docto Alfonso de Castro, hablan Ido con Felipe a Inglaterra y predicaban en Londres con sus h~bltos; por lo cual fueron mofe.dos al principio, pero pronto ¡;e.ne.ron Influencia con su emi– nente saber». L. VON PASTOR, Historia de los Papas, (Barcelona, 1927) XIII, 265.
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