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ALFONSO DE CASTRO 237 ción 80 • No obstante, este principio práctico tiene también su limi– te, pues sería monstruoso trocar la religión en mascarón de feria que celara conveniencias políticas o intereses bastardos. El ma– quiavelismo, siempre temible en la vida social-política, se podría aprovechar de determinadas circunstancias con grave daño de la misma religión a la que se pretende defender. Segundo argumento del padre Cangar : La tolerancia vista como forma del respeto de la transcendencia de la Igl~sia ... En un estado cristiano, el estado sirve como de soporte a la Iglesia que lo dirige y lo reduce a ella. Esto es ideal– mente hermoso, pero es un ideal. Prácticamente, en esta simbi9sis, que los teólogos de la edad media comparaban a un sólo cuerpo con dos lados, las acciones son recíprocas... Nosotros sabemos que uno de los principios más queridos de la Iglesia es su principio de independencia y de transcendencia que la lleva a evitar una simbíosis demasiado grande con el estado con peligro de ser atraí– da hacia aventuras políticas en las que ella nada tiene que ga– nar. Llegamos así a denunciar la mezcla entre la Iglesia y lo que Maritain llama el mundo cristiano 81 • Esta trascendencia de la Iglesia y esta simbiosis de poderes son consideradas por Alfonso de Castro en su respuesta a la ter– cera objección, en la que argumenta contra los que alegaban a fa– vor de los herejes que ni Cristo ni los Apóstoles se valieron del poder civil para su represión. Nuestro teólogo no tiene tanto temor como el padre Cangar a la peligrosa simbiosis, sino que solventa la dificultad acudiendo a los planes providenciales de Dios, quien unas veces busca lo débil y flaco para que luzca su poder y otras deja que los medios humanos prudenciales actúen en la marcha del Cristianismo 82 • Por nuestra parte, reconocemos no hallarnos en tiempos de san Luis o san Fernando, y que por lo mismo el razonamiento del padre Cangar está en parte muy justificado. Pero no lo creemos válido para todas las circunstancias concretas por las que puede pasar, y de hecho ha pasado, la Cristiandad. No vemos mucha lógica en que el Estado se apreste a la defensa por intereses ma– teriales amenazados - v . g. : en la «guerra fría» contra el comu- 80. O .e., II, 96b. 81. Art. ctt., 48. 82. De fasta haeret. vunit... II , 97a.

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